sábado, 22 de octubre de 2011

¡Hu Ha, Boulder!

Bichos y bichas:

El Club Apretante de Cádiz tiene un superpoder: convocar al viento de Levante. Basta con plantearnos ir a escalar al Bartolo para que los dioses de la climatología nos lancen un viento del Averno. Pero ya llevábamos tiempo sin ir a Bolonia y Grazalema ya era como “Por Dios, no puedo con mi vida, si vuelvo a pasar por el puerto del Boyar me tiraré por un cerro”. Así que acordamos tirar para Bolonia independientemente de las posibles alertas amarillas en el Estrecho: ¡Viento a nosotros...! ¡Hu ha!

Rondaba por nuestras mentes la intención de probar el bloque. Ya ves tú, el bloque. Pablo bien, porque está fuerte como los limones y escala casi tan bien como asegura, ya lo he dicho. Domingo también está fuerte, y eso que lleva seis meses en Paraguay sin tocar roca (encima chinchando, Domingo, haz amigos). Irene igual, que encima se libra del marrón de ir de primera y poner en práctica los Guerreros de la Roca. Pero ¿moi? ¡Que descubrí que tengo bíceps hace dos días, como quien dice! Aun así, como Domingo tenía dos crash pads y el levante soplaba a tope, le dijimos que los trajera y que ya decidiríamos por el camino. Nos costó bien poco decidir: no habíamos atravesado la glorieta de Cortadura cuando ya íbamos todos pensando en el boulder.

Inciso y consejo para navegantes: no desayunéis antes de ir a Bolonia, que luego se para en el bar que hay en la Barca de Vejer y de cuyo nombre no puedo acordarme, miras las cazuelas de barro llenas de lomo en manteca y te arrepientes de ir con el estómago lleno.

Llegamos a El Helechal, una zona de bloques que hay una vez pasado el pueblo de Bolonia. Llegamos allí y ¡oh, magia!, estábamos a resguardo del viento. Buena decisión la del bloque. Así que echamos a andar entre los eucaliptos Pablo, Irene, Domingo, Araceli y una servidora. No había nadie y era mágico caminar sorteando las rocas con los colchones a la espalda. Pablo y Domingo iban mirando los bloques como mira un niño los juguetes en los escaparates; podías ver cómo les brillaban los colmillos. Irene también tenía ganas de probar, yo por apretar que no quede y Araceli estaba dispuesta a enseñarle a Demir lo que es bueno en cuanto vuelvan a encontrarse (y en bloque también).


Irene ha encontrado su sitio...

La experiencia fue muy divertida. Yo no encadené ni al perro, pero para mi sorpresa fui capaz de dar algún que otro pasito y disfruté como una enana. El bloque es muy diver. Los pegues son rápidos y te libras de toda la tensión de “tengo que ir de primera, Arno Ilgner ayúdame, espíritu de Chris Sharma inúndame con tu valentía”. A mí había que convencerme para que descansara, porque quería darle a cada bloque cinco pegues seguidos sin importarme que mis músculos y mis yemitas dijeran basta.

Mortal de necesidad, el bloque. No te das cuenta y te destruyes muchísimo. Pero con gusto, que conste, que si hubiéramos podido transplantarnos la piel de las manos todavía andaríamos por allí dando pegues. Por la noche nos juntamos en casa de Pablo los que fuimos capaces de resistir los cantos de sirena de nuestro sofá, a saber: Irene, Pablo y yo, y nos pusimos a ver vídeos frikis de bloque y a planear excursiones a competiciones bloqueras, aunque sólo sea para que nos den la camiseta. Vaya tres fanáticos que nos hemos juntado.


La parte positiva, que he descubierto otra modalidad de trepaje que promete buenos ratos. Desde que probé el bloque, además, le he cogido el gusto al desplome del roco y estoy como Blanca, que no me va a importar que se me ponga la espalda como a un levantador de pesas. La parte negativa, además de que no me da el sueldo para blastoestimulina, es que como no hicimos cuerda tengo un mono infernal, y eso que no han pasado ni diez días desde la última vez que me até el ocho. Como dice Pablo, voy a acabar en Alcohólicos Anónimos diciendo “me llamo Marina, hace diez días que no escalo y estoy muy malita”.

Los próximos planes del Club Apretante tienen que ver con cosas muy desagradables y muy sufridoras todas, como ir a ver a Vetusta Morla en Sevilla el viernes que viene y escalar por ahí todo el puente, o lo que surja. Qué mal vivimos y qué desgraciaditos somos.


Vuelos chungos, torros guapos y apurar Grazalema



El miércoles pasado era fiesta, y ¿qué mejor manera de aprovechar una fiesta que trepando? Así que con la fuerza que nos dio la mariscada del martes por la noche en casa de Pablo, tiramos para Grazalema Pablo, Domingo, Guille el Cabesa y yo, con la perspectiva de encontrarnos por allí con Sergio El Hombre Sabio, Blanca y a saber qué personajes más.

Domingo calienta en Fino Feria. Snif, snif.


Fino Feria me odia y no hay más que hablar. Encadené, eso sí la versión fácil de 60 cañones, 6a+, a costa de gritar “pilla” y decir dos segundos después “¡nononononono!” y agarrarme a la roca como un bicho malo para probar mis límites. Debería ser un poco más guerrera de la roca y proponerme no gritar “pilla” nunca jamás: caerme escalando. Es lo que me dice Pablo siempre, que es mi coach personal de psicología de la escalada, pero cuando estás ahí arriba te puede la comodidad de sentarte un ratito en el arnés.

Pablo, por cierto, fue el héroe de mi día. Cuando le daba el segundo pegue a 60 cañones con intención de “esto lo encadeno yo, que si no Grazalema va a ser como el día de la marmota”, el Hombre Sabio y Domingo se marchaban hacia el corral. Hubo un momento de confusión-distracción y yo empecé a subir pensando en vete a saber qué y sin sentirme muy a gusto en los primeros pasos. Chapé la primera, seguí, llegué a la segunda y pedí cuerda. Y entonces, con la cuerda en la mano y la gente charlando tranquilamente a pie de vía, no sé qué coño me pasó que me resbalé y me caí. El peor vuelo ever: chapando la segunda y con la cinta en la mano. Me puse a gritar como una descosida y me vi picando suelo y sin tobillos. Menos mal que Pablo tuvo reflejos, recogió cuerda, saltó para atrás y me dejó colgando a dos palmos del suelo. Me quedé una hora temblando y comiendo tortitas de arroz mientras reunía valor para subir de nuevo.

La experiencia, así a posteriori, la valoro como buena. Caerme chapando me daba un montón de miedo, y caerme chapando la segunda pues ya ni te cuento. Así que comprobar que con un buen asegurador ni siquiera así picas suelo te tranquiliza. Cuando conseguí dejar de temblar, di el pegue y encadené, hu ha. Luego intenté Fino Feria y ni siquiera llegué arriba. Es una vía que físicamente me resulta muy exigente, muy apretada, aunque las cuatro primeras cintas las chapé con mucha más fluidez que en intentos anteriores. Nada, gente, a ponerse fuerte y a volver en primavera, que al paso que voy la encadeno con un solo brazo.


Chapando la cinta problema en el pegue del encadene. More fear than embarrasment, people


Luego Pablo encadenó un 6b+ en dos pegues fluidos. ¡Escalas casi tan bien como aseguras, Pablo!


Blanca dio un par de torros, Guille hizo valerosos intentos de encadene a pesar del dolor por sus gatos nuevos y nos fuimos los tres camino al Corral, donde el Hombre Sabio nos había preparado al torro Vía Láctea. Nos acercamos por la carretera a las enormes paredes de caliza roja y vimos la cuerda nueva de Guille brillando amarilla entre las rocas. Qué emoción me entró al ver ese 6c de 35 metros coronando la sierra, listo para ser probado. El resultado no fue malo para ser un 6c (soft, dicen), aunque me quedan eones para encadenar eso. Pero tiene pasos chulos de estos que te motivan a apretar en el roco.

Comenzando Vía Láctea con alegría


El momentazo de la tarde lo protagonizó Blanca, que tiene sangre de bicho trepador y hasta un lagarto tatuado ya en el pie. Estaba a punto de probar Vía Láctea y comentaba que no quiere que se le pongan las espaldas anchas por escalar, que le parece poco femenino. “Pues a hacer placa”, decía El Hombre Sabio, que no le llaman así de forma gratuita. Luego Blanca empezó a subir, llegó a la reunión con esfuerzo pero con elegancia y bajó emocionada y diciendo “Si se me tiene que poner la espalda ancha, pues que se me ponga, ¡¡yo quiero escalar!!”.


La verdad es que es curioso como cuando te agarra esto fuerte te deja de importar todo. ¿Que se te deforman los pies? No te importa. ¿Que tienes agujetas crónicas? Lo mismo da. El otro día mi compañero de trabajo me cogió de la mano y me dijo: “Te tienes que echar crema, que tienes las manos muy ásperas”. “¡Qué dices! - contesté yo -, ¡Si eso es lo que quiero, hacer callo!”. Nunca en mi vida pensé que buscaría en google “endurecer piel manos”, y que por supuesto me saldrían foros frikis de escalada donde aconsejan mearse encima, cosa que a mi favor diré que no he hecho aún.

La tarde se volvió noche y acabamos en Grazalema comiendo venado en salsa, pimientos fritos y croquetas, que saben a gloria después de una tarde de apretar y de escapar a los esguinces gracias a los buenos amigos. Después Domingo, Blanca y yo compartimos un viaje en coche metafísico del que me quedo con la teoría de Domingo: la escalada tiene todo lo que tiene la vida en pequeñas dosis: amigos, alegría, miedo, decepciones, éxitos, fracasos, placer, dolor... ¿para qué quieres más? Es broma, bichos del mundo: ¡hay vida más allá de la escalada, así que no lo olvidéis y no abandonéis como he hecho yo a familiares, amigos, vecinos, trabajo y todo lo que no sea trepar, que después moriréis solos y rodeados por los perros!


Termino con una preciosa foto que me sacó Guille justo antes de chapar de nuevo la cinta del mal. Aún con el cuerpo cortado del vuelo, pero con el amor por la escalada intacto y las uñas pintadas de color coral.


El Chorro - Crónica positiva :D

Además de la lesión que ya os conté el otro día, el finde de El Chorro estuvo marcado... no por la tragedia, que hay cosas peores, pero sí por ciertos percances que en algún momento nos hicieron pensar que nos había mirado un tuerto.

El primer problema es que Leo, el perro de Shindo que actualmente custodia Irene, se cree un pitbull... con lo cual va por ahí buscando bronca con perrazos que le triplican el tamaño y pasa lo que pasa. Así que el sábado por la mañana tuvo un pequeño desencuentro que acabó con Irene en un veterinario de Antequera, una grapa un poco mal puesta y un antibiótico que, las cosas como son, el animal se tomaba rechistar siempre y cuando se lo dieran envuelto en jamón york.

Leo llevando el dolor con dignidad

A la vuelta del veterinario, la Vito maravillosa de Irene que nos lleva y nos trae por las escuelas de escalada de Andalucía Occidental decidió perder el tubo de escape. Que luego ha resultado que no pasa nada y que se puede vivir sin escape, pero ahí nos veis a Pablo, a Irene y a mí sugestionados por la posibilidad de asfixiarnos y haciendo el camino de vuelta con todas las ventanas abiertas.

A pesar de todo esto, yo lo pasé tan bien que me sentía hasta culpable... Sería la guitarrita del primer día, que no sé cómo pude apretar el sábado con la caña que le di el viernes a mis brazos/antebrazos/yemas. Habíamos calculado el vino para los dos días y cayó todo la primera noche. Y porque hubo un momento en que dije que hasta ahí habíamos llegado, me levanté y metí la guitarra en su funda, que si no todavía estamos ahí versionando a los Delinqüentes.



El café, protagonista de la mañana

A la mañana siguiente, claro, había que ver las caritas de los escaladores en el pie de vía de La Buena Sombra, en Desplomilandia. No se oía más que “¿Quién tiene agua?”, “Ufs”, “Ahs” y “Ohú pisha, estoy reventao”. Calentamos en un quinto muy, muy feo y luego Pablo decidió apretar en un 7a+ al torro como si no hubiera un mañana, aprovechando que algunos de nuestros acompañantes estaban tan fuertes que lo habían usado para calentar ellos. La escalada: no te compares si no quieres deprimirte.


Jose le echa un vistazo a Lirón Careto (7a+) para calentar así como quien no quiere la cosa

Mientras, yo le daba un pegue al torro a un 6a muy chulo: “Sin mantenimiento”, una vía de unos 25 metros con bastante cantito, un par de desplomes y un par de pasos de estos de pensar “si lo hago en el roco puedo hacerlo aquí”. La hice estupendamente bien y pensé “esto lo encadeno yo al siguiente pegue”. Así que me bajé, comí un poco de la tarta fastuosa de chocolate, naranja y nueces que había hecho Eva, saqué la reflex a pasear un rato y le di otro pegue al asunto.

Cómo cambian las cosas cuando vas de primero, chavales... Hubiera jurado que la vía se alargó otros veinticinco metros. La primera barriguilla desplomada tenía la chapa encima y un pasito así un poco curioso. Era para verme: el mismo paso que había hecho sin pensar en el primer pegue, ahora parecía una reflexión filosófica profunda: mirar la chapa de arriba, mirar la chapa de abajo, mirar a María (mi aseguradora), mirar al cielo, mirarme el ocho, intentar recordar por qué me gusta escalar... etc. Al final no me lo pienso: manos juntas en el canto de la derecha, peso hacia la izquierda, que me cundan los 35 euros mensuales de roco y para arriba, bicho.

Al final encadené, yo creo que nada más por no volver a pasar el ratito tan malo de la chapa aquella. Me quedo muy orgullosa de mi primer 6a malagueño. Después de eso la verdad es que estaba cansada, contenta y regular de mentalizada para seguir apretando, así que me di un descansito y me acerqué a la orilla del pantano a tirar fotos con la reflex. Aunque el viento no me dejaba enfocar selectivamente las flores y las ramitas, y aunque de fotografía no tengo ni idea y seguro que cometo errores terribles, lo pasé muy bien yo sola por allí reflex-ionando y disfrutando de la naturaleza. Escalar es genial incluso cuando no se escala.



Momentos semiartísticos con mi réflex

A la vuelta la gente estaba dando ya los últimos pegues mientras el sol bajaba por detrás de las montañas. Irene apretaba a muerte 6bs asegurada por un amigo que hizo gracias al tubo de escape roto... es lo que tienen las penas, que unen. Pablo intentaba encadenar el 6b+ que le daba nombre al sector, “Buena Sombra”, y el Jipi se medía con “Sin Mantenimiento”. Más arriba, los sevillanos habían subido una ferrata para llegar al pie de una vía de cuyo grado no puedo acordarme... lo que sí sé es que se oía gritar a Álvaro para intentar coger un canto que, por lo que llegaba a nuestros oídos, estaba “más romo que su puta madre”.

Al final decidí apretar al torro un poco en “Buena Sombra”. Experiencia divertida y ascenso un poco asistido por mi aseguradora, las cosas como son. Tiene un par de pasos para los que necesito un poco más de fuerza y que mi madre me hubiera dado más petit suisses cuando era pequeña... pero dadme unos mesecitos de roco y me meto ahí a darlo todo.

Después de eso ocurrió todo el incidente del tobillo chungo, así que nos fuimos a tomar algo con el ánimo un poco revuelto mientras el Jipi se llevaba a Carmen a Urgencias. A pesar del mal rollo, la porra antequerana estaba muy, muy rica. A la vuelta, cena furgonetera y charlas truculentas sobre accidentes y supervivencia en alta montaña. Y a dormir prontito, que no podíamos con nuestra alma. La guitarra esa noche ni salió de la funda, la pobre mía.

A la mañana siguiente, Irene se levantó como si hubiera un mañana y ella tuviera un gripazo, así que se decidió por consenso que nos volvíamos a Cádiz. No faltó, eso sí, un desayuno en un bar que era pintoresco hasta para mí, que soy de Málaga. Las dueñas me regañaron en estéreo por no saber pedir el café (vergüenza de mis hijos, que insisto en que soy de Málaga y debería controlar ya el tema del sombra, la nube y etc etc), desayunamos al rico sol matutino y nos fuimos para Cádiz con las ventanas abiertas, con miedo a morir asfixiados por el tubo de escape del Mal.

En conjunto, ya os digo: yo lo disfruté. Me supo muy mal por Carmen, la chica del tobillo, pero supongo que son cosas que pasan y deben enseñarnos a tener cuidado. El cuerpo humano es fuerte y frágil a la vez, y tenemos que cuidarlo porque nos sirve para escalar... así que estad atentos, bichos, que está la cosa muy chunga.

domingo, 9 de octubre de 2011

El riesgo es relativo

Es curioso darse cuenta de cómo nuestra percepción del riesgo condiciona nuestros actos. Todo es relativo, y lo que determina al final si lo que hacemos es peligroso o no puede ser tan absurdo como la importancia que le damos. Cuando comentas que escalas todo el mundo te dice que tengas cuidado, te pregunta si no te da miedo o incluso exclama: "¡Yo no sería capaz!". Al final, sin embargo, todo es relativo, y hacemos a diario cosas mucho más peligrosas que ponerte a trepar paredes sujeto por una cuerda.

Al escalar, si uno es medianamente sensato y si ha aprendido con buenos maestros, procura prestar atención a lo que hace. Hay un montón de pequeños detalles y debemos cuidarlos todos, porque nos estamos jugando algo tan importante como nuestros tobillos, nuestra cabeza o nuestra vida. Nos fijamos en el estado de la cuerda, el cierre del arnés, el ocho, el aspecto de los parabolts, el óxido en la reunión y mil detalles más. Le chillamos al asegurador para que esté atento, calibramos las consecuencias de una caída. Ponemos nuestros cinco sentidos en lo que hacemos.

Hablo de todo esto porque ayer tuvimos la mala suerte de ver cómo una compañera se partía dos huesos de la pierna de la manera más absurda. Después de estar escalando sin problemas, mientras nos preparábamos para volver al Chorro con los coches, se subió jugando a la parte de atrás de una camioneta y se agarró de una cuerda, con tan mala suerte que la cuerda se rompió y ella aterrizó en el suelo. En la vida cotidiana no estamos tan pendientes del riesgo, no miramos dónde nos agarramos ni la calidad de las cuerdas que cuelgan por ahí. Y el riesgo está presente en todas partes.

Apenas una hora antes yo había estado desmontando una reunión a treinta metros de altura. Tardé un montón porque no me cabía el mosquetón en la chapa y me agobié. Objetivamente, se supone que es más peligroso estar colgado a treinta metros que en la parte de atrás de una pick-up, a un metro del suelo. Sin embargo, mientras desmontaba la reunión estaba poniendo toda mi atención. Sabía que no importaba lo que tardara mientras tuviera claro lo que debía hacer y me mantuviera centrada. El accidente me ha hecho pensar que está bien trasladar a la vida lo que aprendemos escalando: la misma presencia, el mismo cuidado, la misma concentración. Porque el riesgo es tan relativo como el estado de una cuerda, y un accidente se produce en un segundo y puede dejar secuelas para una vida.

Desde aquí mando todos mis ánimos a Carmen, nuestra compañera accidentada. Espero que todo salga bien y que estés trepando otra vez antes de darte cuenta.

Ya os contaré en unos días el resto del finde, que no todo han sido penas, se ha escalado bien, se ha apretado mucho y hasta hemos encadenado algo :D

lunes, 3 de octubre de 2011

Otra versión

Spiderclimb también tiene su versión del finde...

Contrastes

Otro finde de trepar en el que mis codos dan fe de que a veces sí hay un mañana, y ese mañana es lunes...

El plan original era ir a Bolonia, escalar el sábado y probar el boulder el domingo. Yo nunca he hecho boulder e intuyo que se me va a dar fatal, porque soy pequeña y débil, pero por probar que no quede. Ya me iré poniendo fuerte, que todo es entrenar; lo de crecer ya va a tener peor apaño.

¿El problema? Que el sábado, cuando salí de mi casa a las diez en dirección a la furgo de Irene, con las dos mochilas, la guitarra y la tienda, el levante no me dejaba ni cruzar la calle. Así que reunión de emergencia con Irene, Pablo y los tres perros (paridad persona-perro, así es la furgo de Irene), un par de llamadas y de nuevo todos para Grazalema. Allí estaban Capote y Ana dando el curso de escalada y planeaban ir también un grupo de Cádiz y otro de Sevilla.

Llegamos a Graza a una hora muy razonable y nos fuimos para las placas del Cortijo, la zona más facilita. Piedra caliza gris de aristas afiladas (lo dice la guía, ¿eh? Que yo no entiendo tanto), vías larguitas y agradecidas y ambiente animado. Esa tarde escalé que daba gloria verme, pero claro, no era yo: eran los maravillosos cantos de supuestos 6as que en realidad todo el mundo calificó de V+. El tema de las vías, en mi opinión, eran más los alejes de las chapas y la mala pinta que tenía volar en paredes con esos huecos y esa roca tan afilada. Todo muy psicológico, como siempre :D


Foto de este verano en las vías del Cortijo


Subí cinco veces y encadené cuatro vías, ¡viva yo! A una de ellas le tuve que dar dos pegues, porque de manera poco inteligente me llevé una cinta de menos y tuve que bajar a por una para poder llegar a la reunión. Mal, Marina, mal. En realidad creo que el tema, además de que la vía era larga y no veía bien las chapas desde abajo, es que como le iba a poner las cintas yo en realidad iba con mentalidad de "llegaré hasta donde pueda, que esto igual me sobrepasa", y no tenía especial confianza en acabarla. Fue un momento muy Guerreros de la Roca, en plan te concentras en el proceso y cuando te quieres dar cuenta estás al lado de la reunión (y te falta una cinta).

El día fue muy motivante, en general, con mucha sensación de logro. Las vías no me resultaron complicadas, excepto algún que otro pasito psicológico de estos de "la siguiente chapa está en Pekín y les tengo cierto aprecio a mis tobillos", pero poco más. Un poco de frío a pie de vía que se agradecía un montón en cuanto empezabas a trepar. Luego los de Sevilla y los de Cádiz hicimos comuna para cenar de furgoneteo y montar una pequeña fiestecilla con guitarra y paridad persona-botella de vino, que a pesar de lo limitado de mi repertorio guitarrero estuvo la mar de bien.

Al día siguiente nos levantamos prontito, recogimos a una velocidad sólo explicable por el poder atrayente del pan de pueblo del bar de los desayunos y nos fuimos para allá a atracarnos de molletes y café. Pero qué bien se desayuna en Andalucía. Los sevillanos decidieron quedarse en Graza y darle un pegue a la Virgen. Yo me habría apuntado con gusto a medirme otra vez con Fino Feria (que eso sí que es un 6a), pero la comitiva gaditana decidió por mayoría que nos íbamos a Benaocaz a escalar al sol, que el día anterior había hecho mucho frío.

Consejo: en Andalucía hay que pensárselo MUY BIEN antes de escalar al sol. El domingo hacía menos viento y penamos de forma muy gratuita. Total, que después de un sábado de mucho encadene y masajitos en el ego, el domingo no hice más que apretar de forma cuasi inútil en dos 6a de placa muy chulos pero muy exigentes para el clima y mi estado físico. Pies en adherencia (uf), agarres a tomar por culo a los que había que lanzarse como si no hubiera un mañana, un calor del Averno y yo echando de menos los quintos agradecidos. Di un par de torros esforzados y deprimentes y me dediqué a dar vueltas con la reflex y a comer chocolate.


Boludo: cuando puedes mirar a través de tu gato, algo va mal


"Sí sí, sube tú que ahora le doy yo un pegue"


Con esto queda comprobado, queridos amigos, que la escalada es como la vida: cambio. Que no te puedes creer que eres la ostia un día, porque al siguiente te tocará penar y querer ser más alta y tener más bíceps. Es curioso lo diferente de las sensaciones: cómo el sábado el frío, los cantitos y el subidón de motivación me hacían sentirme como Lynn Hill y el domingo el calor y las adherencias me daban más parecido con un chorizo colgante. Aun así, me divertí muy mucho y descubrí otra escuela que promete grandes momentos invernales con desafíos soleados en forma de placa vacilona.


Pablo sí que se ganó el chocolate el domingo


Muy destruidos por el sol emprendimos la vuelta a Cádiz. Parada en el lago de Arcos (que sí que tenemos lagos en Andalucía, ¿quién dijo lo contrario?) a tomar una merienda rara con café, jamón serrano y salpicón de marisco, y luego a casita a lavar ropa y untarse flogoprofén, que últimamente mi vida es un bucle de detergente y antiinflamatorios tópicos.

La semana que viene el Grupo Furgonetero Gaditano (y Sevillano también, todo hay que decirlo) ha organizado una quedada en El Chorro, así que es probable que tiremos para allá. ¡Qué ganas de conocer aquello! ¡Y qué ganas de trepar otra vez!