domingo, 25 de septiembre de 2011

Reflexiones dominicales absurdas empañadas por el cansancio, hu ha

Bichos del mundo:

Estoy cansada y quiero dormir, pero también quiero escribir sobre escalar y en realidad no se puede tener todo en esta vida, así que vamos a escribir una reflexión breve y mañana seguiremos. Aclaremos que el concepto breve, en realidad, parece difícil de comprender para mi mente verborreica, así que el post igual queda largo a pesar de todo.

Finde en Graza, aprovechando el final de temporada en esta escuela tan guay que ha visto nacer mi amor por este deporte fabuloso. Lo hemos pasado muy, muy bien. Hemos escalado las dos tardes y probado la cuerda de equilibrio el domingo por la mañana, mientras esperábamos a que la pared se pusiera en sombra. Muy divertida la cuerda, por cierto: de aquí al highlining en Yosemite hay un paso ya.

Debería estar en la cama, porque en realidad no tengo claro qué quiero decir, pero es que hay una sensación en mi mente que busca expresarse y quiero escribirla antes de que se me vaya de la memoria emocional o como se diga. La sensación empezó el sábado por la mañana, mientras preparaba la mochila para irme a Grazalema y escuchaba un mix de canciones motivantes matutinas. Entonces, de repente, tuve una revelación: escalo por mí misma. No escalo por nadie, nadie me lo ha pedido ni me ha convencido ni el hecho de que yo escale beneficia a nadie, y eso es como muy bonito. Lo hago porque me gusta y es absurdo e inútil, y no tiene ningún objetivo concreto.

He ido de primera prácticamente todas las veces, excepto un torro que le di a Fino Feria, esa hermosa vía del maligno, para ver si físicamente era capaz de hacerla sin pararme, ya que mentalmente no (la respuesta es que no, que no soy capaz. Todavía). He pasado un poco de miedito en los quintos del Cortijo, que tienen unos boquetes que amenazan a tus tobillos con seriedad. Pero cuando sentía que me vencía el miedo y que me daba un vuelco el estómago al coger la cuerda para chapar, pensaba: acuérdate de que estás haciendo esto por ti y porque te gusta. Lo haces sin razón, lo haces porque lo amas y ya está, así que sigue escalando porque no tiene ningún tipo de sentido que te pares cuando estás haciendo algo que amas.

Y no sé por qué, encontraba momentos de extraña pureza y me sentía muy feliz.

No tengo claro si he conseguido expresar muy bien lo que estaba en mi cabeza, pero si eso mañana le doy otro pegue al blog y sigo contando cositas. De momento me voy a ir a descansar mis musculillos y mañana será otro día.

PD: He encadenado cosas y no eran perros. ¡Viva y bravo!
PD2: Me acabo de acordar de un vídeo que vi de un tal Berhault, que escala muy bien pero lleva unos gayumbos del Averno, y que no enlazo porque me aberra enlazar y total, este blog no lo lee nadie. La cuestión es que al final se lee un texto del tipo, que traduzco libremente porque de francés no sé un carajal:

"Escalo para sentirme en armonía conmigo mismo, porque vivo en el instante, porque es una forma de expresión ética y estética por la que puedo realizarme, porque busco la libertad total del cuerpo y del espíritu.
Y porque me gusta".

Pues eso. Que hay muchas razones, pero al final ésa es la única que importa.

domingo, 18 de septiembre de 2011

La zona de riesgo

Pues aquí estoy, escribiendo, lo que quiere decir que no estoy escalando. Sob, sob. Ayer tuve guardia y no ha habido forma de subir a Grazalema el domingo. ¿La parte buena? Que seguramente vaya mañana, así que tampoco tendré que aguantar el mono mucho más rato. Además, seamos sinceros: estoy un poco agotada de ver pacientes con ganas de matarse, así que un domingo tranquilito en casa tampoco me viene mal.

Nota: acabo de quedar para ir al roco esta tarde. Esto es vicio.

Esta semana me he dedicado, escaladoramente hablando, a leer Guerreros de la Roca y a darle un peguecillo a Grazalema la tarde del martes. Así que por partes.

Por las mañanas tengo poco curro últimamente, así que decía que me iba a estudiar y me ponía a leer Guerreros de la Roca. Ya tenía preparada excusa por si alguien me preguntaba: "Es psicología del deporte". Aunque en realidad a la gente de mi curro no le importo mucho, así que nadie me ha preguntado. La cosa es que era para verme, yo sola en la sala de juntas, entre los libros sobre droga y las tazas para el café, leyendo sobre escalada y pensando "por el amor de Dios, quiero trepar por ALGO, lo que sea", y observando el tablón de anuncios como potencial simulacro de placa.

Hay mucho que sacar de ese libro. No sólo para escalar mejor, sino para disfrutar más escalando y crecer como persona. Siempre he pensado que cuando uno hace algo con la suficiente intensidad y compromiso, ese algo se filtra hacia todas las áreas de su vida y las enriquece, y creo que eso me está pasando con la escalada. Me enseña mucho sobre mí y me ayuda a vivir mejor el resto del tiempo.

El concepto de zona de riesgo tiene que ver con ser capaz de aceptar la incomodidad y movernos desde ella con soltura y con convencimiento. Antes de leer ese capítulo, yo ya tenía más o menos claro que no siempre va a estar uno estupendamente bien, y que sentir cierta incomodidad y sensaciones desagradables es normal. Lo que no había pensado nunca es que podía ser bueno y que, de hecho, es el único espacio para el aprendizaje.

En la escalada, por ejemplo, hay muchas (¡muchas!) experiencias que quedan fuera de mi zona de confort. Controlo tan poco que todo lo que no sea escalar quintos al torro me supone un desafío en uno u otro momento. Y lo curioso del asunto es que escalar quintos al torro es entretenido, pero no es ni la mitad de divertido y enriquecedor que intentar un 6a de primera, aunque en el 6a haya momentos en los que digas: a ver, objetivamente, lo estoy pasando de puta pena.

Plantearse la vida como una oportunidad de aprendizaje te cambia la perspectiva, porque puedes aprender de todas las situaciones. Todos los momentos se vuelven valiosos y todas la experiencias cuentan. Aprendo de los pacientes y también aprendo de aburrirme cuando no puedo entrar en consulta con nadie. Aprendo de ir a escalar y también de no poder ir a escalar y quedarme aquí en casa limpiando (que falta le hace), escribiendo y descansando.

En mi caso, la zona de riesgo tiene mucho de miedo. Otra de las cosas más importantes que me está dando la escalada es una nueva manera de relacionarme con el miedo. Me siento más valiente desde que escalo, porque sentir miedo se ha convertido en una señal positiva: una señal que indica que el desafío está cerca y que voy a poner en juego las cosas que me importan. Hace ya un tiempo que pienso que las decisiones basadas en el miedo no son buenas, incluso aunque al final el resultado lo sea. Es una emoción tan limitadora y mentirosa. Sí, en pequeñas cantidades es útil, informativo, pero en general te invade a toda prisa antes de que te des cuenta y tiene una facilidad enorme para paralizarte.

La otra tarde, en Grazalema, fui capaz de salir un par de veces de esa zona de confort de forma deliberada. En realidad estaba pasando más miedo que vergüenza casi todo el rato. Pero la diferencia es que la mayoría del tiempo era un miedo tolerable, y lo que contemplaba como futuro más próximo era dar el siguiente paso. No pensaba en bajar, así que supongo que entraba dentro de mi zona de confort, o quizá de riesgo asumible sin demasiado esfuerzo.

La última vez que había intentado Fino Feria (que vaya nombre poco serio para una vía, por cierto, que luego tenemos los andaluces la fama que tenemos) conseguí llegar hasta la cuarta chapa. Me quedaban dos más y la reunión. El martes chapé la cuarta e iba ya lista de papeles. Me había colgado como dos veces y no quería más que llorar. En realidad no estaba mal, porque conseguí no volar de la tercera como me llevaba pasando las veces anteriores, así que hubiera estado bien bajarme ahí. Ésa era mi zona de confort: el miedo al chapar la cuarta con el pie izquierdo en adherencia, en realidad, había sido medio tolerable. Lo no tolerable y lo que mi mente no concebía era seguir subiendo hasta la reunión con lo cansada que estaba.



Chapando la cuarta cinta con más miedo que vergüenza. Parece que hay apoyo para el izquierdo, pero es un efecto óptico, verídico.


En realidad tiré para arriba porque sabía que era tarde y que no iba a poder probar la vía más veces ese día. Fue una motivación así de absurda. Pensé, tipo Forrest Gump, "ya que he llegado hasta aquí, voy a aprovecharlo". Y casi sentí el clic de mi cerebro cuando me instalé en la incomodidad de seguir hasta el final. Las últimas chapas, de hecho, son las más fáciles: hay miles de cantos, tantos que te vuelves codicioso buscando puentes de roca donde acoplarte. Pero estaba hecha polvo y fue un esfuerzo. Y llegué. Viva yo.



Ahí está Shindo en la última parte de la vía, el día que yo no conseguí llegar arriba.


El momento poco guerrero lo tuve cuando me quedé tres horas parada antes de chapar la penúltima cinta y me tuve que echar a volar porque iba convencida de que no me aguantaba. En realidad, en esas tres horas que me pasé parada, soltando un brazo, y luego otro, y resoplando y lloriqueando sobre lo mucho que odiaba escalar, habría podido chapar tres veces. Pero bueno.

Dice Arno Ilgner que la fuerza que nos mueve hacia la zona de confort es el miedo. Los miedos fantasmas, no reales, a que pasen cosas que no controlamos. La fuerza que debe empujarnos en dirección contraria es el amor: por la escalada, por aprender y por la vida. Se pasa miedo en el trabajo. Se pasa miedo en las relaciones. Y aun así podemos encontrar la fuerza para afrontarlo si nos lleva el amor; no un amor suicida y absurdo basado en la posesión o en el apego, sino un amor generoso por el conocimiento y el disfrute.

Qué bueno es escalar. ¿Lo he dicho ya?

martes, 6 de septiembre de 2011

Tarde en Graza

Antes de empezar con la entrada de hoy, tengo que avisar de varias cosas. La primera es que igual tardo un poco en encontrarle un tono al rollo éste de escribir sobre escalada. No quiero que el blog se convierta en una enumeración de "estuve en tal y encadené cual", entre otras cosas porque de momento yo no encadeno ni al perro. Me gustaría que tuviera algo más de chicha. Pero ya os digo, aún no sé cómo lo haré. La segunda es que quiero hablar de todas las salidas de escalada que he hecho este verano así retroactivamente, pero hasta ahora me daba pereza e iba aplazando comenzar con este blog, así que voy a empezar a partir del presente y después ya iré rememorando momentos a medida que se me vaya apeteciendo.

Una vez dicho esto, os cuento que hoy he estado escalando en Grazalema, en el sector de la Virgen, intentando de primera un 6a y un 6a+; del 6a me he colgado un par de veces, pero he llegado arriba y no me he caído, y del 6a+ he volado como superman y me he quedado a dos chapas de la reunión.

¿Reflexiones? Ni tan mal. Me he visto mejor que la última vez que estuve probando esas vías. Voy menos tensa, intento agarrar las presas con la fuerza justa y darle un poco de continuidad al asunto. Todavía me falta no pararme tanto ni echar el hígado cada vez que voy a chapar. Aún voy bastante acojonada de primera y, aun así, me sabe a poco ir al torro. Paradojas de escalar. De verdad que cuando estás arriba sufriendo como perra y pensando en el vuelo que te vas a pegar en los siguientes veinte segundos, te preguntas con seriedad qué es lo que te gusta de este asunto. Y te contestas que es el chute de adrenalina en tu vía mesolímbica y sigues adelante, ¿qué otra cosa puedes hacer?

Ha sido bonito reencontrarme con Capote después de las vacaciones. Hemos hablado de psicología y convertido unas doscientas cincuenta frases en alusiones sexuales. También ha venido Ara, una amiga de Capote que casi me acompleja al hacerse del tirón el 6a (al torro, ¿eh?) y colgarse una sola vez del 6a+. Menos mal que yo le doy mucho valor al factor psicológico de ir de primera, y menos mal también que mi autoestima es del tamaño del océano.

Cuando me estaba colocando el grigri para asegurar a Ara, comprobando el mosquetón y tirando de la cuerda para ver si se bloqueaba, Capote me ha mirado así de reojillo mientras se hacía un cigarro. "Cómo me gusta verte asegurar y escalar, quilla", me ha dicho. Lo dice no porque asegure y/o escale especialmente bien, sino porque aprendí con él y sé que se siente orgulloso. Después le he pillado a él en su proyecto y ha sido emocionante. Eso de que alguien ponga su confianza en mis manos para que le pille todavía me pone nerviosa. Temo equivocarme y hacerle daño; como en la vida, supongo. Pero bueno, la cosa ha ido bien esta vez, y el tío sólo se ha caído una vez de su 8a.

Después cerveza y tapitas en Benamahoma y para Cádiz. A la vuelta íbamos escuchando en el coche un recopilatorio de Ara que parecía haber sido seleccionado para favorecer el suicidio colectivo. Nada más que canciones de amor despechado y pena intensa. Ha sonado "The blower's daughter", la cancion de "Closer", que aunque como bien ha dicho Capote no destaca porque el autor se quebrara con la letra, es extrañamente sobrecogedora. Yo iba en el asiento trasero, mirando por la ventana la luna, las estrellas y los campos de girasoles secos. Los tres conocíamos la canción y la cantábamos como podíamos, supongo que cada uno metido en su propia historia. Entonces he pensado "qué bonito escalar, que me regala experiencias como ésta". Como tomar algo en un bar de la sierra por la noche, con la sudadera puesta porque empieza a hacer frío, mirando la luna y la silueta de los árboles contra el cielo estrellado. O como ir en coche con personas que antes eran desconocidos y poco a poco se están convirtiendo en gente importante en tu vida, escuchando canciones pastelosas y comentando a voces que el amor es un timo.

¡Pero qué suerte que tengo!

No sé cuándo volveré a salir a la montaña, porque este finde tengo bodorrio en Madrid y el que viene guardia. De momento, mañana fiesta en el roco para despedir a un colega que se va a dar la vuelta al mundo en bici.

Dejo aquí este primer post, pelín confuso pero espero que ligeramente interesante, aunque sólo sea para mi de momento único seguidor (¡buenos días, Alex!).