sábado, 12 de noviembre de 2011

Darlo todo

Primer pegue

La palabra temida es continuidad. Conti, para los amigos. El nombre de la vía, No es broma, es kanfor, a estas alturas es ya para mí tan absurdo como evocador. Bastantes cantos buenos, algún que otro romo, mirar bien los pies. Un poco de desplome, muchas bicicletas, mezclar técnica y fuerza. Y conti; sobre todo, conti.

Llegamos a San Bartolo a eso de las once después de una noche de furgo y vinitos y un desayuno de reyes. El encadene no está en mi mente. Quiero escalar. Esta noche he soñado que se nos hacía tarde y no podíamos escalar y yo estaba super agobiada (verídico), así que mi primer pensamiento esta mañana ha sido "menos mal, era un sueño, hoy voy a escalar". Quiero seguir probando No es broma, quiero encadenar alguno de los quintos que me quedan, quiero probar Mosaico, quiero asegurar a mis amigos y ver a Kpot apretar en Saratoga.

Nada más llegar, Kpot monta No es broma así para calentar. Yo quiero empezar con algún quinto, pero están ocupados y me muero por tocar roca, así que decido darle un torro. Es el cuarto pegue que le doy a la vía y ya me voy familiarizando con sus grietas, sus picos, sus cantos, su ligero desplome, los lugares donde te da un respiro y los que te obligan a apretar a muerte.

Tú ve traquila, y cuando veas que te petas, te bajas, que estás calentando, me dice Kpot. Pero cuando me quiero dar cuenta estoy casi arriba y no me he parado, así que aprieto un poco, lo confieso, y me caigo entre la última chapa y la reunión. No pasa nada, es el primer pegue y ha sido bueno. Esto lo encadeno yo, digo cuando me bajo.

Segundo pegue

Sigo queriendo hacer algún quinto, pero No es broma está vacía, en los quintos hay más gente que en la guerra y a mí el primer pegue me ha inspirado. Así que tiro la cuerda y le meto de primera. El encadene sigue sin estar en mi mente, porque me he caído al torro, así que intento dosificar las fuerzas.

Descanso en un canto estupendo que hay en la mitad. No pienso en volar ni en la altura a la que se me quedan las chapas. Me doy cuenta de que estoy respirando muy rápido y eso hace que mis músculos se queden antes sin fuerzas. Coso la siguiente cinta medio cómoda, pero al llegar a la última antes de la reunión y chapar me doy cuenta de que voy al límite. No pasa nada, lo intento, me caeré escalando; cuando vuelo no me importa, porque sé que iba muy quemada. Vuelvo a intentar la secuencia, y al llegar a la R estoy tan cansada que ni chapo y aprovecho para volar un poco.

Cuando llego abajo llueven los consejos. Mírate los pies, intenta respirar, descansa más, descansa de los cantos buenos. Vale, vale, asiento, y mi mente está ya puesta en el próximo intento, en qué puedo mejorar, en cómo descansar más y respirar más despacio.


Tercer pegue

En el intervalo encadeno Tomates verdes fritos. Qué placer cuando haces un quinto después de haber estado escalando a tu límite. Qué comodidad, cuántos cantos para elegir, qué poco sufrimiento. La vía es bonita y sigo disfrutando de este día escalador. Me pregunto si probar Mosaico, pero ya sí que está en mi mente encadenar No es broma. Lo veo posible, lo veo factible, me permito soñar con ello y le quiero dar otro pegue. Así que después de comer un poco de tortilla y una mandarina con chocolate, le pido al pobre y paciente Pablo que me pille y voy otra vez para allá.

Quilla, que la encadenas, me dice Kpot, y yo llevo ya un rato nerviosa, mirando la vía desde abajo, observando cómo se balancean las cintas al sol de media tarde en la pared impresionante del Mosaico. Observando cómo otra chica la intenta al torro y se desespera un par de veces, aconsejándole cómo superar los pasos clave.

Concéntrate en respirar, me dice Pablo. Y disfruta de la escalada. No pienses en el encadene. Disfruta, disfruta, me dice, y yo sigo nerviosa, pero no son nervios por querer encadenar, ni por lo que la gente piense ni por nada; son nervios míos, de emoción, de medirme con la vía y estar sola ahí, de poder estar escalando esto.

Respira, respira, y puedo escuchar mi respiración en medio del levante fresco que lleva soplando todo el día. Respira, me digo, y mientras observo mis manos agarrar los cantos y mis pies buscar apoyos intento dosificarme. No usar más fuerza de la necesaria, darme aire, inspirar por la nariz y espirar por la boca. No hay nadie conmigo: estoy yo, está la vía y está el aire, y mientras asciendo puedo disfrutar de la paz extraña de poner todo tu corazón en algo.

Voy bien. Voy mejor que en el pegue anterior. No es que esté super fresca, pero estoy disfrutando tanto, tanto, de respirar, de intentar darme aire, de no sufrir más que lo justo para rebasar mi zona de control y superar mis límites... Sé que la clave está en el equilibrio entre apretar y reservar fuerzas.

Como en los anteriores pegues, chapo la última antes de la reu y noto que voy lista de papeles. Desde abajo me llegan los gritos de ánimo, venga, tía, vamos, ahora, escala, no lo pienses, vamos, escala... me pongo nerviosa, me aturrullo y voy otra vez al aire. No me lo puedo creer. Sabía que esto de caerse justo antes de llegar pasa, pero no pensaba que me fuera a pasar a mí, no tres veces seguidas, no de esta manera.

Bájate y le das otro pegue, me dice Kpot, y yo ni me lo pienso: bájame, Pablo. Sé que estoy muy, muy cansada. He puesto mi cuerpo y mi mente a tope tres veces en el mismo día y no sé si aguantarán una cuarta. No creo que esté en condiciones de encadenar, pero ni lo digo porque no quiero que suene a excusa. Simplemente, quiero intentarlo otra vez. Quizá no es lo más lógico, quizá no debería intentarlo si estoy tan cansada, pero en la pasión no sirve la lógica.


Cuarto pegue

Acompaño a Kpot a su proyecto, pero no puedo parar quieta. Lo único a lo que me dedico es a estirar los brazos para ver si consigo que mis músculos se recuperen al máximo posible. Va, Marina, me digo, sé sistemática. Empieza por el cuello, luego los hombros, luego bíceps, triceps, antebrazos. No te pongas a estirar a lo loco; esto es lo que puedes hacer ahora, así que hazlo bien. Mientras, observo a Kpot ensayar el paso clave de la vía, la crux. En su mente está la misma firme determinación: lo intenta, se cae y en cuanto aterriza ya está trepando por la cuerda y diciendo "lo hago, lo hago, yo esto lo hago". Cuando por fin consigue meter los dedos en el agarre alucino con la precisión del movimiento y la sorpresa de quedarse colgado. Él grita de júbilo, lo conseguí, lo conseguí, y sabe que ha superado un paso importante y que está más cerca del encadene.

Por fin se baja y yo voy otra vez para No es broma. No quiero insistir en que estoy cansada. No quiero excusarme. Lo voy a intentar a tope y punto, y si estoy cansada pues es lo que hay ahora, qué le vamos a hacer.

No me noto mucho peor que en el pegue anterior. Más cansada, sí, pero más tranquila, y parece que ambas cosas se compensan. Vuelvo a sentir el brinco en el estómago en esos pasitos claves que me cuestan un poco más, intento descansar al máximo en el canto bueno. Sigo para arriba, vuelvo a intentar reposar un poco cada vez que veo un agarre en condiciones. Chapo la última. Ésta puede ser la mía. Desde abajo vuelven a animarme: vamos, tía, vamos, y el problema es que la última secuencia no la tengo nada clara, no sé si ir por la izquierda o por la derecha, sé que hay varios romos y alguna cosita buena, sé que se puede hacer un chapaje extremo de reunión o subir un poco más...

Y sé que estoy al límite. Que mis músculos están agotados. Entonces subo mucho los pies, demasiado, y para cuando vuelvo a bajar el derecho sé que estoy perdida, porque no tengo claro a dónde ir con las manos y, sobre todo, porque no puedo más. Pero lo intento. Y me caigo.

Joder, joder, joder, grito, joder, y abajo Kpot también grita y sé que está casi igual de frustrado que yo. Joder no, me dice Pablo, ha sido un buen pegue, tía, te has puesto un poco nerviosa, joder no. La gente empieza a hablar, que si tienes que reposar más, que si los pies, que si los nervios... Yo intento recuperarme un poco para llegar a la reunión y desmontar. Estoy colgada a merced del levante, helada y cansada, y sé que por hoy no habrá más pegues. Me he quedado a medio metro. Me he caído con la reunión en la cara, literalmente.

Estoy tan hecha polvo que me cuesta llegar incluso después de reposar un rato. Intento hacer un chapaje extremo. Escala un poco más, chapa cómoda, me dice Kpot, y le hago caso, porque la próxima vez que esté ahí va a ser encadenando y no voy a querer ni poder chapar a lo extremo. Por fin llego, paso la cuerda por el mosquetón de la R, desmonto, bajo.

Entonces me doy cuenta de que se me están cayendo las lágrimas. Pablo me choca. Muy bien, tía, muy buen pegue. Kpot me abraza y me pregunta, incrédulo: ¿Estás llorando, tía? ¿Estás llorando, en serio? No, qué va, contesto, dejadme, se me pasa. Quilla, tú estás enferma de verdad, estás de psiquiátrico, me dice, te van a tener que encerrar en un manicomio, la Marina llorando después de escalar. No me dice que no me frustre, que lo he hecho muy bien, que no me cabree. Creo que sabe que no estoy cabreada. Estoy emocionada. Sé que podría haber respirado mejor, haber descansado más, no haberme puesto nerviosa, no haber subido los pies... pero sé que a lo largo de esta tarde he intentado hacer todo eso, lo he intentado con todas mis fuerzas, lo he dado todo, y es el hecho de haberlo dado todo lo que me emociona, rompe mis defensas y me hace llorar.

Mientras bajamos a los coches, el Varo me va dando consejos para entrenar conti y para hacer dominadas y practicar bloqueos. Yo le escucho agotada y risueña, porque es verdad que ya estoy pensando en cómo hacerlo, cómo entrenar mejor, en la próxima vez que suba esta cuesta y vuelva a encararme con la vía.

Pasamos junto al coche de los chicos que estaban junto a nosotros, y que me han visto penar toda la tarde para "no llevarme nada". Me miran con comprensión y casi con penita. Yo sonrío. No siento que tenga que darle pena a nadie. El encadene va a llegar, tarde o temprano. Lo que he vivido hoy ha sido tan bonito y tan provechoso como encadenar. Me voy a tomar un colacao que no se lo va a creer nadie. Y me voy a ir a casa a seguir soñando con entrenamientos, con pegues, con vías y con conti. Mucha conti.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Tres días en Bolonia

En esta última semana hemos tenido tres jornadas, tres, de escalada aficionada extrema en San Bartolo, Bolonia. Con el rollo del boulder, se nos habían juntado trece pavorosos días sin hacer cuerda. Pablo y yo hablábamos por el Facebook: "Que tengo muchas ganas de escalar", "Yo también", "Que he ido a una reunión de alcohólicos anónimos y yo estaba peor que ellos", "Te entiendo".

El miércoles pasado era nuestra última oportunidad de ir una tarde entre semana antes del cambio de hora. Un poco extremo, no os digo que no, pero había que quitarse el mono de alguna manera. Aterrizamos allí Guille, Maribel, Ara, Juanjo y yo. Yo no tenía muy claro si nos iba a merecer la pena, pero estaba tan harta del curro y de la vida y tenía tantas ganas de tocar roca que fui.

No conocía Mosaico y me impresionó. Luego colgaré fotos, que ahora mismo no las tengo aquí, pero imaginad una preciosa pared de arenisca rojiza atravesada por un recuadro de grietas, como un caparazón gigante de tortuga. Dependiendo de la parte, las grietas ofrecen algún canto bueno o mutan sigilosamente a regletas destrozayemas. Los árboles talados le quitan belleza, pero le añaden cierta presencia imponente de desierto californiano. Nada más llegar ya estábamos todos acercándonos a la pared, sin cuerda ni nada, acariciando suavemente los cantos con magnesio mientras pensábamos a qué le íbamos a dar primero.

Ese día encadené a vista "Gente impresentable", V+. Yo sé que encadenar a vista un quinto no me convierte en Chris Sharma, pero es que queda como super guay decirlo y así lo puedo apuntar en 8a.nu como "Onsight". Después le di un pegue a Mosaico al torro que fue mortal de la vida. ¡Cómo peta Mosaico! Como muy bien describe Spiderclimb, hay agarres que parecen cantos pero no lo son y un ligero desplome que destroza tus antebrazos. Aun así, preciosa preciosa vía que intentaré hasta que encadene. El que sí encadenó fue Pablo, al segundo pegue y con una fluidez y elegancia que me quedé flipando mientras le aseguraba. No me dio tiempo a decir "venga Pablo que tú puedes" cuando él ya había podido y estaba en la reunión.

Guille encadenó quintos conmigo y decidió reservarse Mosaico para otra tarde más tranquila. Hicimos los dos "Me enamoré de la dependienta", V+, y yo además le di un pegue exprés a gente impresentable para quitarle las cintas. Pegue exprés, nunca mejor dicho, jijiji. Una vez más, me quedé asombrada de lo que cambian las cosas cuando una va al torro: la misma vía que me había costado hacer por aquello del miedo, la terminé en no más de tres minutos de reloj.

Volvimos cansados pero contentos después de la experiencia escalemos como si no hubiera un mañana porque se nos va la luz. Pablo y yo nos tomamos la cerveza en el roco, donde la gente nos miraba como si saliéramos de una realidad paralela: "¿en serio habéis ido hoy a escalar? Pero no os habrá dado tiempo a casi nada, ¿no?". La verdad es que no trepamos mucho muchísimo, pero a mí me compensó poder alejarme de la rutina, reencontrarme con la roca y echar una tarde con los amigos. ¿Qué son dos horas de coche al lado de eso?

Retorno a San Bartolo el domingo del puente, después de pasar el sábado atormentada por la resca post-concierto de Vetusta Morla. Cambio de sector y reencuentro con las adherencias, la penumbra y el sentido del equilibrio.

Comenzamos en la Habitación, donde después de calentar en los quintos de adherencia de la pared del Sol todos nos picamos (en función de nuestras habilidades) con dos vías: Reina de la Noche, 6a y Sara, 6b. Reina de la Noche es una vía corta, explosiva, con cantos y algún que otro pasito curioso. Sara algo similar, cambiando cantos por regletas en algún punto complicado y con el añadido coyuntural de tener boquetes llenos de agua en la parte superior. Después de varios pegues, allí no encadenó nadie: Pablo se empeñaba en hacer el principio de Sara rollo bloque complicado por Navalosa, Domingo no terminaba de hallarse en la parte superior y yo me atascaba en el último paso de Reina de la Noche. Aun así, como lo importante es intentarlo, ni una queja, muchas risas y cambio de sector.

San Bartolo estaba sorprendentemente tranquilo para ser domingo de puente. Cuando llegamos a los Buitres y a la Armónica apenas había un par de cordadas más, que se fueron casi enseguida. Son dos sectores mágicos escondidos detrás de los eucaliptos que todavía quedan en la zona, con vías tan bonitas y técnicas como Alf, 6b. Para allá se fue la mitad de la expedición mientras Domingo y yo nos metíamos con Esto sí que es seis a, 6a. Él le puso las cintas y me preguntó si iba a ir al torro. "Qué va, yo de primera", contesté, más chula que un ocho. Es que lo de dar torros de prueba cada vez me convence menos, a no ser que los vuelos sean chungos o que la vía esté muy por encima de mis posibilidades. Al final lo que haces es probar la vía sin probarla realmente, porque no estás teniendo en cuenta tus niveles de agotamiento debido al estrés, o las veces que tendrás que pararte para chapar.

Así que allí que me fui, y cuál no sería mi sorpresa cuando encadené al primer pegue una vía muy bonita, que requiere equilibrio y cierta técnica. Me quedé super orgullosa. Luego le di un pegue a Alf, y un torro rápido apresurado por la oscuridad a Espina de Medusa, 6a+. Todo el mundo me había hablado tanto de Alf que yo pensaba "bueno, no será para tanto". Pero sí que lo es, de verdad, qué vía más bonita, qué variedad de pasos y de agarres, qué técnica más precisa exige. Me quedo soñándola para la próxima visita.

Domingo encadenó se meó El primero que suelte el café, paga, 6c+. Irene le dio de primera a Alf con valor, alegría y superación del miedo. Pablo se quedó con las ganas de encadenarla por la falta de tiempo y luz, pero con la habilidad que gasta últimamente, seguro que no se le resiste. Y los demás pues no tengo claro lo que hicieron, que allí había un trasiego de cordadas, pegues, torros y apretadas que tampoco lo puedo registrar todo cual cronista de Desnivel.

La tercera jornada de escalada la protagonizamos Ara, Kpot y yo, los más motivados de Cádiz o, quizá, los que no teníamos que currar el lunes. Vuelta a Mosaico, donde Kpot le dio un par de pegues a Saratoga, 8a, mientras yo le aseguraba con altos niveles de estrés. Yo le di un pegue a Mosaico de primera (mortal, colgándome en todas las chapas, nada Guerrera de la Roca) y un muy buen primer pegue a No es broma, es kanfor, 6a+, donde sólo me caí dos veces. Ara hizo las tres vías al torro, con algunas dificultades debido al miedo principiante que todos hemos pasado pero con un gran espíritu de superación.

Y aquí termina la crónica de nuestras tres últimas jornadas de escalada, que nos dejan a todos con un gran sabor de boca y la mente llena de proyectos, cuentas pendientes y próximos pegues, rogándole al tiempo que nos traiga un precioso sol este fin de semana y nos deje seguir soñando en vertical.

sábado, 22 de octubre de 2011

¡Hu Ha, Boulder!

Bichos y bichas:

El Club Apretante de Cádiz tiene un superpoder: convocar al viento de Levante. Basta con plantearnos ir a escalar al Bartolo para que los dioses de la climatología nos lancen un viento del Averno. Pero ya llevábamos tiempo sin ir a Bolonia y Grazalema ya era como “Por Dios, no puedo con mi vida, si vuelvo a pasar por el puerto del Boyar me tiraré por un cerro”. Así que acordamos tirar para Bolonia independientemente de las posibles alertas amarillas en el Estrecho: ¡Viento a nosotros...! ¡Hu ha!

Rondaba por nuestras mentes la intención de probar el bloque. Ya ves tú, el bloque. Pablo bien, porque está fuerte como los limones y escala casi tan bien como asegura, ya lo he dicho. Domingo también está fuerte, y eso que lleva seis meses en Paraguay sin tocar roca (encima chinchando, Domingo, haz amigos). Irene igual, que encima se libra del marrón de ir de primera y poner en práctica los Guerreros de la Roca. Pero ¿moi? ¡Que descubrí que tengo bíceps hace dos días, como quien dice! Aun así, como Domingo tenía dos crash pads y el levante soplaba a tope, le dijimos que los trajera y que ya decidiríamos por el camino. Nos costó bien poco decidir: no habíamos atravesado la glorieta de Cortadura cuando ya íbamos todos pensando en el boulder.

Inciso y consejo para navegantes: no desayunéis antes de ir a Bolonia, que luego se para en el bar que hay en la Barca de Vejer y de cuyo nombre no puedo acordarme, miras las cazuelas de barro llenas de lomo en manteca y te arrepientes de ir con el estómago lleno.

Llegamos a El Helechal, una zona de bloques que hay una vez pasado el pueblo de Bolonia. Llegamos allí y ¡oh, magia!, estábamos a resguardo del viento. Buena decisión la del bloque. Así que echamos a andar entre los eucaliptos Pablo, Irene, Domingo, Araceli y una servidora. No había nadie y era mágico caminar sorteando las rocas con los colchones a la espalda. Pablo y Domingo iban mirando los bloques como mira un niño los juguetes en los escaparates; podías ver cómo les brillaban los colmillos. Irene también tenía ganas de probar, yo por apretar que no quede y Araceli estaba dispuesta a enseñarle a Demir lo que es bueno en cuanto vuelvan a encontrarse (y en bloque también).


Irene ha encontrado su sitio...

La experiencia fue muy divertida. Yo no encadené ni al perro, pero para mi sorpresa fui capaz de dar algún que otro pasito y disfruté como una enana. El bloque es muy diver. Los pegues son rápidos y te libras de toda la tensión de “tengo que ir de primera, Arno Ilgner ayúdame, espíritu de Chris Sharma inúndame con tu valentía”. A mí había que convencerme para que descansara, porque quería darle a cada bloque cinco pegues seguidos sin importarme que mis músculos y mis yemitas dijeran basta.

Mortal de necesidad, el bloque. No te das cuenta y te destruyes muchísimo. Pero con gusto, que conste, que si hubiéramos podido transplantarnos la piel de las manos todavía andaríamos por allí dando pegues. Por la noche nos juntamos en casa de Pablo los que fuimos capaces de resistir los cantos de sirena de nuestro sofá, a saber: Irene, Pablo y yo, y nos pusimos a ver vídeos frikis de bloque y a planear excursiones a competiciones bloqueras, aunque sólo sea para que nos den la camiseta. Vaya tres fanáticos que nos hemos juntado.


La parte positiva, que he descubierto otra modalidad de trepaje que promete buenos ratos. Desde que probé el bloque, además, le he cogido el gusto al desplome del roco y estoy como Blanca, que no me va a importar que se me ponga la espalda como a un levantador de pesas. La parte negativa, además de que no me da el sueldo para blastoestimulina, es que como no hicimos cuerda tengo un mono infernal, y eso que no han pasado ni diez días desde la última vez que me até el ocho. Como dice Pablo, voy a acabar en Alcohólicos Anónimos diciendo “me llamo Marina, hace diez días que no escalo y estoy muy malita”.

Los próximos planes del Club Apretante tienen que ver con cosas muy desagradables y muy sufridoras todas, como ir a ver a Vetusta Morla en Sevilla el viernes que viene y escalar por ahí todo el puente, o lo que surja. Qué mal vivimos y qué desgraciaditos somos.


Vuelos chungos, torros guapos y apurar Grazalema



El miércoles pasado era fiesta, y ¿qué mejor manera de aprovechar una fiesta que trepando? Así que con la fuerza que nos dio la mariscada del martes por la noche en casa de Pablo, tiramos para Grazalema Pablo, Domingo, Guille el Cabesa y yo, con la perspectiva de encontrarnos por allí con Sergio El Hombre Sabio, Blanca y a saber qué personajes más.

Domingo calienta en Fino Feria. Snif, snif.


Fino Feria me odia y no hay más que hablar. Encadené, eso sí la versión fácil de 60 cañones, 6a+, a costa de gritar “pilla” y decir dos segundos después “¡nononononono!” y agarrarme a la roca como un bicho malo para probar mis límites. Debería ser un poco más guerrera de la roca y proponerme no gritar “pilla” nunca jamás: caerme escalando. Es lo que me dice Pablo siempre, que es mi coach personal de psicología de la escalada, pero cuando estás ahí arriba te puede la comodidad de sentarte un ratito en el arnés.

Pablo, por cierto, fue el héroe de mi día. Cuando le daba el segundo pegue a 60 cañones con intención de “esto lo encadeno yo, que si no Grazalema va a ser como el día de la marmota”, el Hombre Sabio y Domingo se marchaban hacia el corral. Hubo un momento de confusión-distracción y yo empecé a subir pensando en vete a saber qué y sin sentirme muy a gusto en los primeros pasos. Chapé la primera, seguí, llegué a la segunda y pedí cuerda. Y entonces, con la cuerda en la mano y la gente charlando tranquilamente a pie de vía, no sé qué coño me pasó que me resbalé y me caí. El peor vuelo ever: chapando la segunda y con la cinta en la mano. Me puse a gritar como una descosida y me vi picando suelo y sin tobillos. Menos mal que Pablo tuvo reflejos, recogió cuerda, saltó para atrás y me dejó colgando a dos palmos del suelo. Me quedé una hora temblando y comiendo tortitas de arroz mientras reunía valor para subir de nuevo.

La experiencia, así a posteriori, la valoro como buena. Caerme chapando me daba un montón de miedo, y caerme chapando la segunda pues ya ni te cuento. Así que comprobar que con un buen asegurador ni siquiera así picas suelo te tranquiliza. Cuando conseguí dejar de temblar, di el pegue y encadené, hu ha. Luego intenté Fino Feria y ni siquiera llegué arriba. Es una vía que físicamente me resulta muy exigente, muy apretada, aunque las cuatro primeras cintas las chapé con mucha más fluidez que en intentos anteriores. Nada, gente, a ponerse fuerte y a volver en primavera, que al paso que voy la encadeno con un solo brazo.


Chapando la cinta problema en el pegue del encadene. More fear than embarrasment, people


Luego Pablo encadenó un 6b+ en dos pegues fluidos. ¡Escalas casi tan bien como aseguras, Pablo!


Blanca dio un par de torros, Guille hizo valerosos intentos de encadene a pesar del dolor por sus gatos nuevos y nos fuimos los tres camino al Corral, donde el Hombre Sabio nos había preparado al torro Vía Láctea. Nos acercamos por la carretera a las enormes paredes de caliza roja y vimos la cuerda nueva de Guille brillando amarilla entre las rocas. Qué emoción me entró al ver ese 6c de 35 metros coronando la sierra, listo para ser probado. El resultado no fue malo para ser un 6c (soft, dicen), aunque me quedan eones para encadenar eso. Pero tiene pasos chulos de estos que te motivan a apretar en el roco.

Comenzando Vía Láctea con alegría


El momentazo de la tarde lo protagonizó Blanca, que tiene sangre de bicho trepador y hasta un lagarto tatuado ya en el pie. Estaba a punto de probar Vía Láctea y comentaba que no quiere que se le pongan las espaldas anchas por escalar, que le parece poco femenino. “Pues a hacer placa”, decía El Hombre Sabio, que no le llaman así de forma gratuita. Luego Blanca empezó a subir, llegó a la reunión con esfuerzo pero con elegancia y bajó emocionada y diciendo “Si se me tiene que poner la espalda ancha, pues que se me ponga, ¡¡yo quiero escalar!!”.


La verdad es que es curioso como cuando te agarra esto fuerte te deja de importar todo. ¿Que se te deforman los pies? No te importa. ¿Que tienes agujetas crónicas? Lo mismo da. El otro día mi compañero de trabajo me cogió de la mano y me dijo: “Te tienes que echar crema, que tienes las manos muy ásperas”. “¡Qué dices! - contesté yo -, ¡Si eso es lo que quiero, hacer callo!”. Nunca en mi vida pensé que buscaría en google “endurecer piel manos”, y que por supuesto me saldrían foros frikis de escalada donde aconsejan mearse encima, cosa que a mi favor diré que no he hecho aún.

La tarde se volvió noche y acabamos en Grazalema comiendo venado en salsa, pimientos fritos y croquetas, que saben a gloria después de una tarde de apretar y de escapar a los esguinces gracias a los buenos amigos. Después Domingo, Blanca y yo compartimos un viaje en coche metafísico del que me quedo con la teoría de Domingo: la escalada tiene todo lo que tiene la vida en pequeñas dosis: amigos, alegría, miedo, decepciones, éxitos, fracasos, placer, dolor... ¿para qué quieres más? Es broma, bichos del mundo: ¡hay vida más allá de la escalada, así que no lo olvidéis y no abandonéis como he hecho yo a familiares, amigos, vecinos, trabajo y todo lo que no sea trepar, que después moriréis solos y rodeados por los perros!


Termino con una preciosa foto que me sacó Guille justo antes de chapar de nuevo la cinta del mal. Aún con el cuerpo cortado del vuelo, pero con el amor por la escalada intacto y las uñas pintadas de color coral.


El Chorro - Crónica positiva :D

Además de la lesión que ya os conté el otro día, el finde de El Chorro estuvo marcado... no por la tragedia, que hay cosas peores, pero sí por ciertos percances que en algún momento nos hicieron pensar que nos había mirado un tuerto.

El primer problema es que Leo, el perro de Shindo que actualmente custodia Irene, se cree un pitbull... con lo cual va por ahí buscando bronca con perrazos que le triplican el tamaño y pasa lo que pasa. Así que el sábado por la mañana tuvo un pequeño desencuentro que acabó con Irene en un veterinario de Antequera, una grapa un poco mal puesta y un antibiótico que, las cosas como son, el animal se tomaba rechistar siempre y cuando se lo dieran envuelto en jamón york.

Leo llevando el dolor con dignidad

A la vuelta del veterinario, la Vito maravillosa de Irene que nos lleva y nos trae por las escuelas de escalada de Andalucía Occidental decidió perder el tubo de escape. Que luego ha resultado que no pasa nada y que se puede vivir sin escape, pero ahí nos veis a Pablo, a Irene y a mí sugestionados por la posibilidad de asfixiarnos y haciendo el camino de vuelta con todas las ventanas abiertas.

A pesar de todo esto, yo lo pasé tan bien que me sentía hasta culpable... Sería la guitarrita del primer día, que no sé cómo pude apretar el sábado con la caña que le di el viernes a mis brazos/antebrazos/yemas. Habíamos calculado el vino para los dos días y cayó todo la primera noche. Y porque hubo un momento en que dije que hasta ahí habíamos llegado, me levanté y metí la guitarra en su funda, que si no todavía estamos ahí versionando a los Delinqüentes.



El café, protagonista de la mañana

A la mañana siguiente, claro, había que ver las caritas de los escaladores en el pie de vía de La Buena Sombra, en Desplomilandia. No se oía más que “¿Quién tiene agua?”, “Ufs”, “Ahs” y “Ohú pisha, estoy reventao”. Calentamos en un quinto muy, muy feo y luego Pablo decidió apretar en un 7a+ al torro como si no hubiera un mañana, aprovechando que algunos de nuestros acompañantes estaban tan fuertes que lo habían usado para calentar ellos. La escalada: no te compares si no quieres deprimirte.


Jose le echa un vistazo a Lirón Careto (7a+) para calentar así como quien no quiere la cosa

Mientras, yo le daba un pegue al torro a un 6a muy chulo: “Sin mantenimiento”, una vía de unos 25 metros con bastante cantito, un par de desplomes y un par de pasos de estos de pensar “si lo hago en el roco puedo hacerlo aquí”. La hice estupendamente bien y pensé “esto lo encadeno yo al siguiente pegue”. Así que me bajé, comí un poco de la tarta fastuosa de chocolate, naranja y nueces que había hecho Eva, saqué la reflex a pasear un rato y le di otro pegue al asunto.

Cómo cambian las cosas cuando vas de primero, chavales... Hubiera jurado que la vía se alargó otros veinticinco metros. La primera barriguilla desplomada tenía la chapa encima y un pasito así un poco curioso. Era para verme: el mismo paso que había hecho sin pensar en el primer pegue, ahora parecía una reflexión filosófica profunda: mirar la chapa de arriba, mirar la chapa de abajo, mirar a María (mi aseguradora), mirar al cielo, mirarme el ocho, intentar recordar por qué me gusta escalar... etc. Al final no me lo pienso: manos juntas en el canto de la derecha, peso hacia la izquierda, que me cundan los 35 euros mensuales de roco y para arriba, bicho.

Al final encadené, yo creo que nada más por no volver a pasar el ratito tan malo de la chapa aquella. Me quedo muy orgullosa de mi primer 6a malagueño. Después de eso la verdad es que estaba cansada, contenta y regular de mentalizada para seguir apretando, así que me di un descansito y me acerqué a la orilla del pantano a tirar fotos con la reflex. Aunque el viento no me dejaba enfocar selectivamente las flores y las ramitas, y aunque de fotografía no tengo ni idea y seguro que cometo errores terribles, lo pasé muy bien yo sola por allí reflex-ionando y disfrutando de la naturaleza. Escalar es genial incluso cuando no se escala.



Momentos semiartísticos con mi réflex

A la vuelta la gente estaba dando ya los últimos pegues mientras el sol bajaba por detrás de las montañas. Irene apretaba a muerte 6bs asegurada por un amigo que hizo gracias al tubo de escape roto... es lo que tienen las penas, que unen. Pablo intentaba encadenar el 6b+ que le daba nombre al sector, “Buena Sombra”, y el Jipi se medía con “Sin Mantenimiento”. Más arriba, los sevillanos habían subido una ferrata para llegar al pie de una vía de cuyo grado no puedo acordarme... lo que sí sé es que se oía gritar a Álvaro para intentar coger un canto que, por lo que llegaba a nuestros oídos, estaba “más romo que su puta madre”.

Al final decidí apretar al torro un poco en “Buena Sombra”. Experiencia divertida y ascenso un poco asistido por mi aseguradora, las cosas como son. Tiene un par de pasos para los que necesito un poco más de fuerza y que mi madre me hubiera dado más petit suisses cuando era pequeña... pero dadme unos mesecitos de roco y me meto ahí a darlo todo.

Después de eso ocurrió todo el incidente del tobillo chungo, así que nos fuimos a tomar algo con el ánimo un poco revuelto mientras el Jipi se llevaba a Carmen a Urgencias. A pesar del mal rollo, la porra antequerana estaba muy, muy rica. A la vuelta, cena furgonetera y charlas truculentas sobre accidentes y supervivencia en alta montaña. Y a dormir prontito, que no podíamos con nuestra alma. La guitarra esa noche ni salió de la funda, la pobre mía.

A la mañana siguiente, Irene se levantó como si hubiera un mañana y ella tuviera un gripazo, así que se decidió por consenso que nos volvíamos a Cádiz. No faltó, eso sí, un desayuno en un bar que era pintoresco hasta para mí, que soy de Málaga. Las dueñas me regañaron en estéreo por no saber pedir el café (vergüenza de mis hijos, que insisto en que soy de Málaga y debería controlar ya el tema del sombra, la nube y etc etc), desayunamos al rico sol matutino y nos fuimos para Cádiz con las ventanas abiertas, con miedo a morir asfixiados por el tubo de escape del Mal.

En conjunto, ya os digo: yo lo disfruté. Me supo muy mal por Carmen, la chica del tobillo, pero supongo que son cosas que pasan y deben enseñarnos a tener cuidado. El cuerpo humano es fuerte y frágil a la vez, y tenemos que cuidarlo porque nos sirve para escalar... así que estad atentos, bichos, que está la cosa muy chunga.

domingo, 9 de octubre de 2011

El riesgo es relativo

Es curioso darse cuenta de cómo nuestra percepción del riesgo condiciona nuestros actos. Todo es relativo, y lo que determina al final si lo que hacemos es peligroso o no puede ser tan absurdo como la importancia que le damos. Cuando comentas que escalas todo el mundo te dice que tengas cuidado, te pregunta si no te da miedo o incluso exclama: "¡Yo no sería capaz!". Al final, sin embargo, todo es relativo, y hacemos a diario cosas mucho más peligrosas que ponerte a trepar paredes sujeto por una cuerda.

Al escalar, si uno es medianamente sensato y si ha aprendido con buenos maestros, procura prestar atención a lo que hace. Hay un montón de pequeños detalles y debemos cuidarlos todos, porque nos estamos jugando algo tan importante como nuestros tobillos, nuestra cabeza o nuestra vida. Nos fijamos en el estado de la cuerda, el cierre del arnés, el ocho, el aspecto de los parabolts, el óxido en la reunión y mil detalles más. Le chillamos al asegurador para que esté atento, calibramos las consecuencias de una caída. Ponemos nuestros cinco sentidos en lo que hacemos.

Hablo de todo esto porque ayer tuvimos la mala suerte de ver cómo una compañera se partía dos huesos de la pierna de la manera más absurda. Después de estar escalando sin problemas, mientras nos preparábamos para volver al Chorro con los coches, se subió jugando a la parte de atrás de una camioneta y se agarró de una cuerda, con tan mala suerte que la cuerda se rompió y ella aterrizó en el suelo. En la vida cotidiana no estamos tan pendientes del riesgo, no miramos dónde nos agarramos ni la calidad de las cuerdas que cuelgan por ahí. Y el riesgo está presente en todas partes.

Apenas una hora antes yo había estado desmontando una reunión a treinta metros de altura. Tardé un montón porque no me cabía el mosquetón en la chapa y me agobié. Objetivamente, se supone que es más peligroso estar colgado a treinta metros que en la parte de atrás de una pick-up, a un metro del suelo. Sin embargo, mientras desmontaba la reunión estaba poniendo toda mi atención. Sabía que no importaba lo que tardara mientras tuviera claro lo que debía hacer y me mantuviera centrada. El accidente me ha hecho pensar que está bien trasladar a la vida lo que aprendemos escalando: la misma presencia, el mismo cuidado, la misma concentración. Porque el riesgo es tan relativo como el estado de una cuerda, y un accidente se produce en un segundo y puede dejar secuelas para una vida.

Desde aquí mando todos mis ánimos a Carmen, nuestra compañera accidentada. Espero que todo salga bien y que estés trepando otra vez antes de darte cuenta.

Ya os contaré en unos días el resto del finde, que no todo han sido penas, se ha escalado bien, se ha apretado mucho y hasta hemos encadenado algo :D