sábado, 22 de octubre de 2011

El Chorro - Crónica positiva :D

Además de la lesión que ya os conté el otro día, el finde de El Chorro estuvo marcado... no por la tragedia, que hay cosas peores, pero sí por ciertos percances que en algún momento nos hicieron pensar que nos había mirado un tuerto.

El primer problema es que Leo, el perro de Shindo que actualmente custodia Irene, se cree un pitbull... con lo cual va por ahí buscando bronca con perrazos que le triplican el tamaño y pasa lo que pasa. Así que el sábado por la mañana tuvo un pequeño desencuentro que acabó con Irene en un veterinario de Antequera, una grapa un poco mal puesta y un antibiótico que, las cosas como son, el animal se tomaba rechistar siempre y cuando se lo dieran envuelto en jamón york.

Leo llevando el dolor con dignidad

A la vuelta del veterinario, la Vito maravillosa de Irene que nos lleva y nos trae por las escuelas de escalada de Andalucía Occidental decidió perder el tubo de escape. Que luego ha resultado que no pasa nada y que se puede vivir sin escape, pero ahí nos veis a Pablo, a Irene y a mí sugestionados por la posibilidad de asfixiarnos y haciendo el camino de vuelta con todas las ventanas abiertas.

A pesar de todo esto, yo lo pasé tan bien que me sentía hasta culpable... Sería la guitarrita del primer día, que no sé cómo pude apretar el sábado con la caña que le di el viernes a mis brazos/antebrazos/yemas. Habíamos calculado el vino para los dos días y cayó todo la primera noche. Y porque hubo un momento en que dije que hasta ahí habíamos llegado, me levanté y metí la guitarra en su funda, que si no todavía estamos ahí versionando a los Delinqüentes.



El café, protagonista de la mañana

A la mañana siguiente, claro, había que ver las caritas de los escaladores en el pie de vía de La Buena Sombra, en Desplomilandia. No se oía más que “¿Quién tiene agua?”, “Ufs”, “Ahs” y “Ohú pisha, estoy reventao”. Calentamos en un quinto muy, muy feo y luego Pablo decidió apretar en un 7a+ al torro como si no hubiera un mañana, aprovechando que algunos de nuestros acompañantes estaban tan fuertes que lo habían usado para calentar ellos. La escalada: no te compares si no quieres deprimirte.


Jose le echa un vistazo a Lirón Careto (7a+) para calentar así como quien no quiere la cosa

Mientras, yo le daba un pegue al torro a un 6a muy chulo: “Sin mantenimiento”, una vía de unos 25 metros con bastante cantito, un par de desplomes y un par de pasos de estos de pensar “si lo hago en el roco puedo hacerlo aquí”. La hice estupendamente bien y pensé “esto lo encadeno yo al siguiente pegue”. Así que me bajé, comí un poco de la tarta fastuosa de chocolate, naranja y nueces que había hecho Eva, saqué la reflex a pasear un rato y le di otro pegue al asunto.

Cómo cambian las cosas cuando vas de primero, chavales... Hubiera jurado que la vía se alargó otros veinticinco metros. La primera barriguilla desplomada tenía la chapa encima y un pasito así un poco curioso. Era para verme: el mismo paso que había hecho sin pensar en el primer pegue, ahora parecía una reflexión filosófica profunda: mirar la chapa de arriba, mirar la chapa de abajo, mirar a María (mi aseguradora), mirar al cielo, mirarme el ocho, intentar recordar por qué me gusta escalar... etc. Al final no me lo pienso: manos juntas en el canto de la derecha, peso hacia la izquierda, que me cundan los 35 euros mensuales de roco y para arriba, bicho.

Al final encadené, yo creo que nada más por no volver a pasar el ratito tan malo de la chapa aquella. Me quedo muy orgullosa de mi primer 6a malagueño. Después de eso la verdad es que estaba cansada, contenta y regular de mentalizada para seguir apretando, así que me di un descansito y me acerqué a la orilla del pantano a tirar fotos con la reflex. Aunque el viento no me dejaba enfocar selectivamente las flores y las ramitas, y aunque de fotografía no tengo ni idea y seguro que cometo errores terribles, lo pasé muy bien yo sola por allí reflex-ionando y disfrutando de la naturaleza. Escalar es genial incluso cuando no se escala.



Momentos semiartísticos con mi réflex

A la vuelta la gente estaba dando ya los últimos pegues mientras el sol bajaba por detrás de las montañas. Irene apretaba a muerte 6bs asegurada por un amigo que hizo gracias al tubo de escape roto... es lo que tienen las penas, que unen. Pablo intentaba encadenar el 6b+ que le daba nombre al sector, “Buena Sombra”, y el Jipi se medía con “Sin Mantenimiento”. Más arriba, los sevillanos habían subido una ferrata para llegar al pie de una vía de cuyo grado no puedo acordarme... lo que sí sé es que se oía gritar a Álvaro para intentar coger un canto que, por lo que llegaba a nuestros oídos, estaba “más romo que su puta madre”.

Al final decidí apretar al torro un poco en “Buena Sombra”. Experiencia divertida y ascenso un poco asistido por mi aseguradora, las cosas como son. Tiene un par de pasos para los que necesito un poco más de fuerza y que mi madre me hubiera dado más petit suisses cuando era pequeña... pero dadme unos mesecitos de roco y me meto ahí a darlo todo.

Después de eso ocurrió todo el incidente del tobillo chungo, así que nos fuimos a tomar algo con el ánimo un poco revuelto mientras el Jipi se llevaba a Carmen a Urgencias. A pesar del mal rollo, la porra antequerana estaba muy, muy rica. A la vuelta, cena furgonetera y charlas truculentas sobre accidentes y supervivencia en alta montaña. Y a dormir prontito, que no podíamos con nuestra alma. La guitarra esa noche ni salió de la funda, la pobre mía.

A la mañana siguiente, Irene se levantó como si hubiera un mañana y ella tuviera un gripazo, así que se decidió por consenso que nos volvíamos a Cádiz. No faltó, eso sí, un desayuno en un bar que era pintoresco hasta para mí, que soy de Málaga. Las dueñas me regañaron en estéreo por no saber pedir el café (vergüenza de mis hijos, que insisto en que soy de Málaga y debería controlar ya el tema del sombra, la nube y etc etc), desayunamos al rico sol matutino y nos fuimos para Cádiz con las ventanas abiertas, con miedo a morir asfixiados por el tubo de escape del Mal.

En conjunto, ya os digo: yo lo disfruté. Me supo muy mal por Carmen, la chica del tobillo, pero supongo que son cosas que pasan y deben enseñarnos a tener cuidado. El cuerpo humano es fuerte y frágil a la vez, y tenemos que cuidarlo porque nos sirve para escalar... así que estad atentos, bichos, que está la cosa muy chunga.

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