sábado, 22 de octubre de 2011

¡Hu Ha, Boulder!

Bichos y bichas:

El Club Apretante de Cádiz tiene un superpoder: convocar al viento de Levante. Basta con plantearnos ir a escalar al Bartolo para que los dioses de la climatología nos lancen un viento del Averno. Pero ya llevábamos tiempo sin ir a Bolonia y Grazalema ya era como “Por Dios, no puedo con mi vida, si vuelvo a pasar por el puerto del Boyar me tiraré por un cerro”. Así que acordamos tirar para Bolonia independientemente de las posibles alertas amarillas en el Estrecho: ¡Viento a nosotros...! ¡Hu ha!

Rondaba por nuestras mentes la intención de probar el bloque. Ya ves tú, el bloque. Pablo bien, porque está fuerte como los limones y escala casi tan bien como asegura, ya lo he dicho. Domingo también está fuerte, y eso que lleva seis meses en Paraguay sin tocar roca (encima chinchando, Domingo, haz amigos). Irene igual, que encima se libra del marrón de ir de primera y poner en práctica los Guerreros de la Roca. Pero ¿moi? ¡Que descubrí que tengo bíceps hace dos días, como quien dice! Aun así, como Domingo tenía dos crash pads y el levante soplaba a tope, le dijimos que los trajera y que ya decidiríamos por el camino. Nos costó bien poco decidir: no habíamos atravesado la glorieta de Cortadura cuando ya íbamos todos pensando en el boulder.

Inciso y consejo para navegantes: no desayunéis antes de ir a Bolonia, que luego se para en el bar que hay en la Barca de Vejer y de cuyo nombre no puedo acordarme, miras las cazuelas de barro llenas de lomo en manteca y te arrepientes de ir con el estómago lleno.

Llegamos a El Helechal, una zona de bloques que hay una vez pasado el pueblo de Bolonia. Llegamos allí y ¡oh, magia!, estábamos a resguardo del viento. Buena decisión la del bloque. Así que echamos a andar entre los eucaliptos Pablo, Irene, Domingo, Araceli y una servidora. No había nadie y era mágico caminar sorteando las rocas con los colchones a la espalda. Pablo y Domingo iban mirando los bloques como mira un niño los juguetes en los escaparates; podías ver cómo les brillaban los colmillos. Irene también tenía ganas de probar, yo por apretar que no quede y Araceli estaba dispuesta a enseñarle a Demir lo que es bueno en cuanto vuelvan a encontrarse (y en bloque también).


Irene ha encontrado su sitio...

La experiencia fue muy divertida. Yo no encadené ni al perro, pero para mi sorpresa fui capaz de dar algún que otro pasito y disfruté como una enana. El bloque es muy diver. Los pegues son rápidos y te libras de toda la tensión de “tengo que ir de primera, Arno Ilgner ayúdame, espíritu de Chris Sharma inúndame con tu valentía”. A mí había que convencerme para que descansara, porque quería darle a cada bloque cinco pegues seguidos sin importarme que mis músculos y mis yemitas dijeran basta.

Mortal de necesidad, el bloque. No te das cuenta y te destruyes muchísimo. Pero con gusto, que conste, que si hubiéramos podido transplantarnos la piel de las manos todavía andaríamos por allí dando pegues. Por la noche nos juntamos en casa de Pablo los que fuimos capaces de resistir los cantos de sirena de nuestro sofá, a saber: Irene, Pablo y yo, y nos pusimos a ver vídeos frikis de bloque y a planear excursiones a competiciones bloqueras, aunque sólo sea para que nos den la camiseta. Vaya tres fanáticos que nos hemos juntado.


La parte positiva, que he descubierto otra modalidad de trepaje que promete buenos ratos. Desde que probé el bloque, además, le he cogido el gusto al desplome del roco y estoy como Blanca, que no me va a importar que se me ponga la espalda como a un levantador de pesas. La parte negativa, además de que no me da el sueldo para blastoestimulina, es que como no hicimos cuerda tengo un mono infernal, y eso que no han pasado ni diez días desde la última vez que me até el ocho. Como dice Pablo, voy a acabar en Alcohólicos Anónimos diciendo “me llamo Marina, hace diez días que no escalo y estoy muy malita”.

Los próximos planes del Club Apretante tienen que ver con cosas muy desagradables y muy sufridoras todas, como ir a ver a Vetusta Morla en Sevilla el viernes que viene y escalar por ahí todo el puente, o lo que surja. Qué mal vivimos y qué desgraciaditos somos.


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