No hay mañana
Escalada novata extrema
sábado, 12 de noviembre de 2011
Darlo todo
jueves, 3 de noviembre de 2011
Tres días en Bolonia
El miércoles pasado era nuestra última oportunidad de ir una tarde entre semana antes del cambio de hora. Un poco extremo, no os digo que no, pero había que quitarse el mono de alguna manera. Aterrizamos allí Guille, Maribel, Ara, Juanjo y yo. Yo no tenía muy claro si nos iba a merecer la pena, pero estaba tan harta del curro y de la vida y tenía tantas ganas de tocar roca que fui.
No conocía Mosaico y me impresionó. Luego colgaré fotos, que ahora mismo no las tengo aquí, pero imaginad una preciosa pared de arenisca rojiza atravesada por un recuadro de grietas, como un caparazón gigante de tortuga. Dependiendo de la parte, las grietas ofrecen algún canto bueno o mutan sigilosamente a regletas destrozayemas. Los árboles talados le quitan belleza, pero le añaden cierta presencia imponente de desierto californiano. Nada más llegar ya estábamos todos acercándonos a la pared, sin cuerda ni nada, acariciando suavemente los cantos con magnesio mientras pensábamos a qué le íbamos a dar primero.
Ese día encadené a vista "Gente impresentable", V+. Yo sé que encadenar a vista un quinto no me convierte en Chris Sharma, pero es que queda como super guay decirlo y así lo puedo apuntar en 8a.nu como "Onsight". Después le di un pegue a Mosaico al torro que fue mortal de la vida. ¡Cómo peta Mosaico! Como muy bien describe Spiderclimb, hay agarres que parecen cantos pero no lo son y un ligero desplome que destroza tus antebrazos. Aun así, preciosa preciosa vía que intentaré hasta que encadene. El que sí encadenó fue Pablo, al segundo pegue y con una fluidez y elegancia que me quedé flipando mientras le aseguraba. No me dio tiempo a decir "venga Pablo que tú puedes" cuando él ya había podido y estaba en la reunión.
Guille encadenó quintos conmigo y decidió reservarse Mosaico para otra tarde más tranquila. Hicimos los dos "Me enamoré de la dependienta", V+, y yo además le di un pegue exprés a gente impresentable para quitarle las cintas. Pegue exprés, nunca mejor dicho, jijiji. Una vez más, me quedé asombrada de lo que cambian las cosas cuando una va al torro: la misma vía que me había costado hacer por aquello del miedo, la terminé en no más de tres minutos de reloj.
Volvimos cansados pero contentos después de la experiencia escalemos como si no hubiera un mañana porque se nos va la luz. Pablo y yo nos tomamos la cerveza en el roco, donde la gente nos miraba como si saliéramos de una realidad paralela: "¿en serio habéis ido hoy a escalar? Pero no os habrá dado tiempo a casi nada, ¿no?". La verdad es que no trepamos mucho muchísimo, pero a mí me compensó poder alejarme de la rutina, reencontrarme con la roca y echar una tarde con los amigos. ¿Qué son dos horas de coche al lado de eso?
Retorno a San Bartolo el domingo del puente, después de pasar el sábado atormentada por la resca post-concierto de Vetusta Morla. Cambio de sector y reencuentro con las adherencias, la penumbra y el sentido del equilibrio.
Comenzamos en la Habitación, donde después de calentar en los quintos de adherencia de la pared del Sol todos nos picamos (en función de nuestras habilidades) con dos vías: Reina de la Noche, 6a y Sara, 6b. Reina de la Noche es una vía corta, explosiva, con cantos y algún que otro pasito curioso. Sara algo similar, cambiando cantos por regletas en algún punto complicado y con el añadido coyuntural de tener boquetes llenos de agua en la parte superior. Después de varios pegues, allí no encadenó nadie: Pablo se empeñaba en hacer el principio de Sara rollo bloque complicado por Navalosa, Domingo no terminaba de hallarse en la parte superior y yo me atascaba en el último paso de Reina de la Noche. Aun así, como lo importante es intentarlo, ni una queja, muchas risas y cambio de sector.
San Bartolo estaba sorprendentemente tranquilo para ser domingo de puente. Cuando llegamos a los Buitres y a la Armónica apenas había un par de cordadas más, que se fueron casi enseguida. Son dos sectores mágicos escondidos detrás de los eucaliptos que todavía quedan en la zona, con vías tan bonitas y técnicas como Alf, 6b. Para allá se fue la mitad de la expedición mientras Domingo y yo nos metíamos con Esto sí que es seis a, 6a. Él le puso las cintas y me preguntó si iba a ir al torro. "Qué va, yo de primera", contesté, más chula que un ocho. Es que lo de dar torros de prueba cada vez me convence menos, a no ser que los vuelos sean chungos o que la vía esté muy por encima de mis posibilidades. Al final lo que haces es probar la vía sin probarla realmente, porque no estás teniendo en cuenta tus niveles de agotamiento debido al estrés, o las veces que tendrás que pararte para chapar.
Así que allí que me fui, y cuál no sería mi sorpresa cuando encadené al primer pegue una vía muy bonita, que requiere equilibrio y cierta técnica. Me quedé super orgullosa. Luego le di un pegue a Alf, y un torro rápido apresurado por la oscuridad a Espina de Medusa, 6a+. Todo el mundo me había hablado tanto de Alf que yo pensaba "bueno, no será para tanto". Pero sí que lo es, de verdad, qué vía más bonita, qué variedad de pasos y de agarres, qué técnica más precisa exige. Me quedo soñándola para la próxima visita.
Domingo
La tercera jornada de escalada la protagonizamos Ara, Kpot y yo, los más motivados de Cádiz o, quizá, los que no teníamos que currar el lunes. Vuelta a Mosaico, donde Kpot le dio un par de pegues a Saratoga, 8a, mientras yo le aseguraba con altos niveles de estrés. Yo le di un pegue a Mosaico de primera (mortal, colgándome en todas las chapas, nada Guerrera de la Roca) y un muy buen primer pegue a No es broma, es kanfor, 6a+, donde sólo me caí dos veces. Ara hizo las tres vías al torro, con algunas dificultades debido al miedo principiante que todos hemos pasado pero con un gran espíritu de superación.
Y aquí termina la crónica de nuestras tres últimas jornadas de escalada, que nos dejan a todos con un gran sabor de boca y la mente llena de proyectos, cuentas pendientes y próximos pegues, rogándole al tiempo que nos traiga un precioso sol este fin de semana y nos deje seguir soñando en vertical.
sábado, 22 de octubre de 2011
¡Hu Ha, Boulder!
El Club Apretante de Cádiz tiene un superpoder: convocar al viento de Levante. Basta con plantearnos ir a escalar al Bartolo para que los dioses de la climatología nos lancen un viento del Averno. Pero ya llevábamos tiempo sin ir a Bolonia y Grazalema ya era como “Por Dios, no puedo con mi vida, si vuelvo a pasar por el puerto del Boyar me tiraré por un cerro”. Así que acordamos tirar para Bolonia independientemente de las posibles alertas amarillas en el Estrecho: ¡Viento a nosotros...! ¡Hu ha!
Rondaba por nuestras mentes la intención de probar el bloque. Ya ves tú, el bloque. Pablo bien, porque está fuerte como los limones y escala casi tan bien como asegura, ya lo he dicho. Domingo también está fuerte, y eso que lleva seis meses en Paraguay sin tocar roca (encima chinchando, Domingo, haz amigos). Irene igual, que encima se libra del marrón de ir de primera y poner en práctica los Guerreros de la Roca. Pero ¿moi? ¡Que descubrí que tengo bíceps hace dos días, como quien dice! Aun así, como Domingo tenía dos crash pads y el levante soplaba a tope, le dijimos que los trajera y que ya decidiríamos por el camino. Nos costó bien poco decidir: no habíamos atravesado la glorieta de Cortadura cuando ya íbamos todos pensando en el boulder.
Inciso y consejo para navegantes: no desayunéis antes de ir a Bolonia, que luego se para en el bar que hay en la Barca de Vejer y de cuyo nombre no puedo acordarme, miras las cazuelas de barro llenas de lomo en manteca y te arrepientes de ir con el estómago lleno.
Llegamos a El Helechal, una zona de bloques que hay una vez pasado el pueblo de Bolonia. Llegamos allí y ¡oh, magia!, estábamos a resguardo del viento. Buena decisión la del bloque. Así que echamos a andar entre los eucaliptos Pablo, Irene, Domingo, Araceli y una servidora. No había nadie y era mágico caminar sorteando las rocas con los colchones a la espalda. Pablo y Domingo iban mirando los bloques como mira un niño los juguetes en los escaparates; podías ver cómo les brillaban los colmillos. Irene también tenía ganas de probar, yo por apretar que no quede y Araceli estaba dispuesta a enseñarle a Demir lo que es bueno en cuanto vuelvan a encontrarse (y en bloque también).
Irene ha encontrado su sitio...
La experiencia fue muy divertida. Yo no encadené ni al perro, pero para mi sorpresa fui capaz de dar algún que otro pasito y disfruté como una enana. El bloque es muy diver. Los pegues son rápidos y te libras de toda la tensión de “tengo que ir de primera, Arno Ilgner ayúdame, espíritu de Chris Sharma inúndame con tu valentía”. A mí había que convencerme para que descansara, porque quería darle a cada bloque cinco pegues seguidos sin importarme que mis músculos y mis yemitas dijeran basta.
Mortal de necesidad, el bloque. No te das cuenta y te destruyes muchísimo. Pero con gusto, que conste, que si hubiéramos podido transplantarnos la piel de las manos todavía andaríamos por allí dando pegues. Por la noche nos juntamos en casa de Pablo los que fuimos capaces de resistir los cantos de sirena de nuestro sofá, a saber: Irene, Pablo y yo, y nos pusimos a ver vídeos frikis de bloque y a planear excursiones a competiciones bloqueras, aunque sólo sea para que nos den la camiseta. Vaya tres fanáticos que nos hemos juntado.
La parte positiva, que he descubierto otra modalidad de trepaje que promete buenos ratos. Desde que probé el bloque, además, le he cogido el gusto al desplome del roco y estoy como Blanca, que no me va a importar que se me ponga la espalda como a un levantador de pesas. La parte negativa, además de que no me da el sueldo para blastoestimulina, es que como no hicimos cuerda tengo un mono infernal, y eso que no han pasado ni diez días desde la última vez que me até el ocho. Como dice Pablo, voy a acabar en Alcohólicos Anónimos diciendo “me llamo Marina, hace diez días que no escalo y estoy muy malita”.
Los próximos planes del Club Apretante tienen que ver con cosas muy desagradables y muy sufridoras todas, como ir a ver a Vetusta Morla en Sevilla el viernes que viene y escalar por ahí todo el puente, o lo que surja. Qué mal vivimos y qué desgraciaditos somos.
Vuelos chungos, torros guapos y apurar Grazalema
Domingo calienta en Fino Feria. Snif, snif.
Fino Feria me odia y no hay más que hablar. Encadené, eso sí la versión fácil de 60 cañones, 6a+, a costa de gritar “pilla” y decir dos segundos después “¡nononononono!” y agarrarme a la roca como un bicho malo para probar mis límites. Debería ser un poco más guerrera de la roca y proponerme no gritar “pilla” nunca jamás: caerme escalando. Es lo que me dice Pablo siempre, que es mi coach personal de psicología de la escalada, pero cuando estás ahí arriba te puede la comodidad de sentarte un ratito en el arnés.
Pablo, por cierto, fue el héroe de mi día. Cuando le daba el segundo pegue a 60 cañones con intención de “esto lo encadeno yo, que si no Grazalema va a ser como el día de la marmota”, el Hombre Sabio y Domingo se marchaban hacia el corral. Hubo un momento de confusión-distracción y yo empecé a subir pensando en vete a saber qué y sin sentirme muy a gusto en los primeros pasos. Chapé la primera, seguí, llegué a la segunda y pedí cuerda. Y entonces, con la cuerda en la mano y la gente charlando tranquilamente a pie de vía, no sé qué coño me pasó que me resbalé y me caí. El peor vuelo ever: chapando la segunda y con la cinta en la mano. Me puse a gritar como una descosida y me vi picando suelo y sin tobillos. Menos mal que Pablo tuvo reflejos, recogió cuerda, saltó para atrás y me dejó colgando a dos palmos del suelo. Me quedé una hora temblando y comiendo tortitas de arroz mientras reunía valor para subir de nuevo.
La experiencia, así a posteriori, la valoro como buena. Caerme chapando me daba un montón de miedo, y caerme chapando la segunda pues ya ni te cuento. Así que comprobar que con un buen asegurador ni siquiera así picas suelo te tranquiliza. Cuando conseguí dejar de temblar, di el pegue y encadené, hu ha. Luego intenté Fino Feria y ni siquiera llegué arriba. Es una vía que físicamente me resulta muy exigente, muy apretada, aunque las cuatro primeras cintas las chapé con mucha más fluidez que en intentos anteriores. Nada, gente, a ponerse fuerte y a volver en primavera, que al paso que voy la encadeno con un solo brazo.
Chapando la cinta problema en el pegue del encadene. More fear than embarrasment, people
Luego Pablo encadenó un 6b+ en dos pegues fluidos. ¡Escalas casi tan bien como aseguras, Pablo!
Blanca dio un par de torros, Guille hizo valerosos intentos de encadene a pesar del dolor por sus gatos nuevos y nos fuimos los tres camino al Corral, donde el Hombre Sabio nos había preparado al torro Vía Láctea. Nos acercamos por la carretera a las enormes paredes de caliza roja y vimos la cuerda nueva de Guille brillando amarilla entre las rocas. Qué emoción me entró al ver ese 6c de 35 metros coronando la sierra, listo para ser probado. El resultado no fue malo para ser un 6c (soft, dicen), aunque me quedan eones para encadenar eso. Pero tiene pasos chulos de estos que te motivan a apretar en el roco.
Comenzando Vía Láctea con alegría
El momentazo de la tarde lo protagonizó Blanca, que tiene sangre de bicho trepador y hasta un lagarto tatuado ya en el pie. Estaba a punto de probar Vía Láctea y comentaba que no quiere que se le pongan las espaldas anchas por escalar, que le parece poco femenino. “Pues a hacer placa”, decía El Hombre Sabio, que no le llaman así de forma gratuita. Luego Blanca empezó a subir, llegó a la reunión con esfuerzo pero con elegancia y bajó emocionada y diciendo “Si se me tiene que poner la espalda ancha, pues que se me ponga, ¡¡yo quiero escalar!!”.
La verdad es que es curioso como cuando te agarra esto fuerte te deja de importar todo. ¿Que se te deforman los pies? No te importa. ¿Que tienes agujetas crónicas? Lo mismo da. El otro día mi compañero de trabajo me cogió de la mano y me dijo: “Te tienes que echar crema, que tienes las manos muy ásperas”. “¡Qué dices! - contesté yo -, ¡Si eso es lo que quiero, hacer callo!”. Nunca en mi vida pensé que buscaría en google “endurecer piel manos”, y que por supuesto me saldrían foros frikis de escalada donde aconsejan mearse encima, cosa que a mi favor diré que no he hecho aún.
La tarde se volvió noche y acabamos en Grazalema comiendo venado en salsa, pimientos fritos y croquetas, que saben a gloria después de una tarde de apretar y de escapar a los esguinces gracias a los buenos amigos. Después Domingo, Blanca y yo compartimos un viaje en coche metafísico del que me quedo con la teoría de Domingo: la escalada tiene todo lo que tiene la vida en pequeñas dosis: amigos, alegría, miedo, decepciones, éxitos, fracasos, placer, dolor... ¿para qué quieres más? Es broma, bichos del mundo: ¡hay vida más allá de la escalada, así que no lo olvidéis y no abandonéis como he hecho yo a familiares, amigos, vecinos, trabajo y todo lo que no sea trepar, que después moriréis solos y rodeados por los perros!
Termino con una preciosa foto que me sacó Guille justo antes de chapar de nuevo la cinta del mal. Aún con el cuerpo cortado del vuelo, pero con el amor por la escalada intacto y las uñas pintadas de color coral.
El Chorro - Crónica positiva :D
El primer problema es que Leo, el perro de Shindo que actualmente custodia Irene, se cree un pitbull... con lo cual va por ahí buscando bronca con perrazos que le triplican el tamaño y pasa lo que pasa. Así que el sábado por la mañana tuvo un pequeño desencuentro que acabó con Irene en un veterinario de Antequera, una grapa un poco mal puesta y un antibiótico que, las cosas como son, el animal se tomaba rechistar siempre y cuando se lo dieran envuelto en jamón york.
Leo llevando el dolor con dignidad
A la vuelta del veterinario, la Vito maravillosa de Irene que nos lleva y nos trae por las escuelas de escalada de Andalucía Occidental decidió perder el tubo de escape. Que luego ha resultado que no pasa nada y que se puede vivir sin escape, pero ahí nos veis a Pablo, a Irene y a mí sugestionados por la posibilidad de asfixiarnos y haciendo el camino de vuelta con todas las ventanas abiertas.
A pesar de todo esto, yo lo pasé tan bien que me sentía hasta culpable... Sería la guitarrita del primer día, que no sé cómo pude apretar el sábado con la caña que le di el viernes a mis brazos/antebrazos/yemas. Habíamos calculado el vino para los dos días y cayó todo la primera noche. Y porque hubo un momento en que dije que hasta ahí habíamos llegado, me levanté y metí la guitarra en su funda, que si no todavía estamos ahí versionando a los Delinqüentes.
El café, protagonista de la mañana
A la mañana siguiente, claro, había que ver las caritas de los escaladores en el pie de vía de La Buena Sombra, en Desplomilandia. No se oía más que “¿Quién tiene agua?”, “Ufs”, “Ahs” y “Ohú pisha, estoy reventao”. Calentamos en un quinto muy, muy feo y luego Pablo decidió apretar en un 7a+ al torro como si no hubiera un mañana, aprovechando que algunos de nuestros acompañantes estaban tan fuertes que lo habían usado para calentar ellos. La escalada: no te compares si no quieres deprimirte.
Jose le echa un vistazo a Lirón Careto (7a+) para calentar así como quien no quiere la cosa
Mientras, yo le daba un pegue al torro a un 6a muy chulo: “Sin mantenimiento”, una vía de unos 25 metros con bastante cantito, un par de desplomes y un par de pasos de estos de pensar “si lo hago en el roco puedo hacerlo aquí”. La hice estupendamente bien y pensé “esto lo encadeno yo al siguiente pegue”. Así que me bajé, comí un poco de la tarta fastuosa de chocolate, naranja y nueces que había hecho Eva, saqué la reflex a pasear un rato y le di otro pegue al asunto.
Cómo cambian las cosas cuando vas de primero, chavales... Hubiera jurado que la vía se alargó otros veinticinco metros. La primera barriguilla desplomada tenía la chapa encima y un pasito así un poco curioso. Era para verme: el mismo paso que había hecho sin pensar en el primer pegue, ahora parecía una reflexión filosófica profunda: mirar la chapa de arriba, mirar la chapa de abajo, mirar a María (mi aseguradora), mirar al cielo, mirarme el ocho, intentar recordar por qué me gusta escalar... etc. Al final no me lo pienso: manos juntas en el canto de la derecha, peso hacia la izquierda, que me cundan los 35 euros mensuales de roco y para arriba, bicho.
Al final encadené, yo creo que nada más por no volver a pasar el ratito tan malo de la chapa aquella. Me quedo muy orgullosa de mi primer 6a malagueño. Después de eso la verdad es que estaba cansada, contenta y regular de mentalizada para seguir apretando, así que me di un descansito y me acerqué a la orilla del pantano a tirar fotos con la reflex. Aunque el viento no me dejaba enfocar selectivamente las flores y las ramitas, y aunque de fotografía no tengo ni idea y seguro que cometo errores terribles, lo pasé muy bien yo sola por allí reflex-ionando y disfrutando de la naturaleza. Escalar es genial incluso cuando no se escala.
Momentos semiartísticos con mi réflex
A la vuelta la gente estaba dando ya los últimos pegues mientras el sol bajaba por detrás de las montañas. Irene apretaba a muerte 6bs asegurada por un amigo que hizo gracias al tubo de escape roto... es lo que tienen las penas, que unen. Pablo intentaba encadenar el 6b+ que le daba nombre al sector, “Buena Sombra”, y el Jipi se medía con “Sin Mantenimiento”. Más arriba, los sevillanos habían subido una ferrata para llegar al pie de una vía de cuyo grado no puedo acordarme... lo que sí sé es que se oía gritar a Álvaro para intentar coger un canto que, por lo que llegaba a nuestros oídos, estaba “más romo que su puta madre”.
Al final decidí apretar al torro un poco en “Buena Sombra”. Experiencia divertida y ascenso un poco asistido por mi aseguradora, las cosas como son. Tiene un par de pasos para los que necesito un poco más de fuerza y que mi madre me hubiera dado más petit suisses cuando era pequeña... pero dadme unos mesecitos de roco y me meto ahí a darlo todo.
Después de eso ocurrió todo el incidente del tobillo chungo, así que nos fuimos a tomar algo con el ánimo un poco revuelto mientras el Jipi se llevaba a Carmen a Urgencias. A pesar del mal rollo, la porra antequerana estaba muy, muy rica. A la vuelta, cena furgonetera y charlas truculentas sobre accidentes y supervivencia en alta montaña. Y a dormir prontito, que no podíamos con nuestra alma. La guitarra esa noche ni salió de la funda, la pobre mía.
A la mañana siguiente, Irene se levantó como si hubiera un mañana y ella tuviera un gripazo, así que se decidió por consenso que nos volvíamos a Cádiz. No faltó, eso sí, un desayuno en un bar que era pintoresco hasta para mí, que soy de Málaga. Las dueñas me regañaron en estéreo por no saber pedir el café (vergüenza de mis hijos, que insisto en que soy de Málaga y debería controlar ya el tema del sombra, la nube y etc etc), desayunamos al rico sol matutino y nos fuimos para Cádiz con las ventanas abiertas, con miedo a morir asfixiados por el tubo de escape del Mal.
En conjunto, ya os digo: yo lo disfruté. Me supo muy mal por Carmen, la chica del tobillo, pero supongo que son cosas que pasan y deben enseñarnos a tener cuidado. El cuerpo humano es fuerte y frágil a la vez, y tenemos que cuidarlo porque nos sirve para escalar... así que estad atentos, bichos, que está la cosa muy chunga.